martes, julio 23, 2019

Ciencia, literatura y Televisión

Siendo un niño y un preadolescente en los ya cada vez más lejanos finales de los años 70-comienzo de los 80, era bastante curioso y temas como la ciencia, especialmente la fauna y la astronomía me apasionaban. Pasaba gran parte del tiempo revisando y devorando lo que encontraba sobre esos temas en algunas enciclopedias que mis padres habían adquirido. 

Curioso para un “milenial” que la búsqueda de información seria y científica se realizaba en textos que siempre estaban desactualizados. Una inversión en estos libracos de pasta dura y pesados solo se hacía con suerte una vez en la vida por su costo. En nuestra casa estaba, entre otras, una enciclopedia que creo era la “Hispánica”. Cuando la usaba para mis deberes escolares, ya tenía una desactualización importante, pues en lo referente a viajes espaciales y la conquista de la Luna, afirmaba de manera optimista que algún día el ser humano llegaría allá. Hoy día, carece de todo sentido práctico acudir a esos textos, más aún cuando en internet se consigue la información de manera inmediata. Y sigue existiendo en versión digital la Enciclopedia Británica que siempre ha sido de gran calidad.

Durante esas clases con los limitados recursos de información que teníamos, era mucho lo que decían los profesores que a la luz de lo que sabemos hoy era obviamente desacertado. Cuando estudiábamos por ejemplo el sistema solar, se nos decía, casi como un dogma, que era algo único, que no había otros en el universo. Igualmente, que la vida era algo excepcional y no la regla. Con respecto a lo primero, se han ido descubriendo de manera acelerada los llamados “exoplanetas”, es decir, planetas fuera del sistema solar, algunos con características que pudieran albergar vida como la conocemos en la Tierra. Sobre la vida en otra parte fuera de nuestro propio planeta, aún no tenemos evidencia, pero existiendo en todo el Universo los materiales para ello, será cuestión de tiempo para que la descubramos. Tal vez esos “dogmas científicos” (valga el oxímoron) eran tácitamente impuestos porque estudiaba en un colegio católico.

Dentro de ese mundo limitado de conocimiento, de vez en cuando se podía encontrar algo maravilloso y enriquecedor. En la televisión pública, lleno de ignorancia, vulgaridades y chabacanería, transmitieron una serie de televisión que me marcó profundamente por su frescura, pero sobre todo, porque transmitía el conocimiento científico, especialmente la astronomía y la evolución del Universo de una manera clara, sencilla y convincente, de las mentes brillantes que permitieron, entre otras hazañas, que el hombre se planteara dejar los confines del planeta para aventurarse en el vecindario que llamamos “Sistema Solar” y soñar con ir más allá a otras estrellas: ese programa se llamaba COSMOS y era dirigido y escrito por una de las mentes más brillantes del siglo XX: Carl Sagan.

Sagan además tenía una gran capacidad telegénica y convincente, con una capacidad de síntesis impresionante, resumiendo en 40 minutos lo más importante del Universo y su mecánica.

La serie no fue entregada completa ni se respetaban los horarios. Había que estar a la caza de su transmisión, que siempre se relegaba a espacios de baja sintonía, hasta que finalmente la sacaron por la puerta de atrás. Tal vez si le hubieran dado un poco más de promoción, el beneficio hubiera para todos: buena televisión, buena sintonía y una sociedad mejor formada. Y la apuesta no era arriesgada: tiempo después, Radio Caracas Televisión retomó la serie dirigida por Arturo Uslar Pietri “Valores Humanos” y la divulgó en horario de alta audiencia y los resultados fueron más que satisfactorios. Es decir, la buena televisión, de calidad, también es requerida por el público.

Lo importante de Sagan (y de Uslar) es que entendieron que no está reñido con la inteligencia ni con la academia apostar por los medios de comunicación masivos para buscar construir una sociedad mejor formada. En Estados Unidos, por ejemplo, hay una serie de comunicadores de la ciencia que han seguido los pasos de Sagan de llevar el conocimiento científico a las masas, con un gran éxito de audiencia y en consecuencia, comercial. Así tenemos a Neil deGrasse Tyson, Brian Greene, Michio Kaku, Bill Nye (quien en los años 90 tuvo un gran éxito en la televisión con programas que buscaban llevar la ciencia a niños y adolescentes). De Gran Bretaña están Brian Cox, e increíblemente (a pesar de las limitaciones físicas), el fallecido Stephen Hawking. 

Todos ellos, al lado de su labor científica y académica, se han aventurado en los medios de comunicación y se han hecho celebridades a lo “Rock Star”, sin importarles el prurito de que el conocimiento sea vendido como un producto equivalente (para un empresario de los medios) a una telenovela o un “Reality Show”, pues el fin, la transmisión del conocimiento, dejará un mejor beneficio a la sociedad que, por decir algo “La Reina del Sur”.

Todos los nombres anteriores también tienen obras de literatura científica que deberían ser libros de cabecera para todos: Brian Greene con “El Universo Elegante”, Michio Kaku con “La física de lo imposible”, Neil DeGrasse Tyson con “Origins” y “Astrophysics for people in a hurry”, Bill Nye con “Undeniable”, Stephen Hawkins con “Una breve historia del tiempo” y “El Universo en una cáscara de nuez”, Brain Cox con “Why does E=MC2.,, por nombrar solo algunos. No es una lista definitiva sino algunas sugerencias.

Hoy en día los viajes espaciales, las complejas teorías como la de la relatividad y mecánica cuántica se entremezclan (a su manera y conveniencia) con la cultura popular, lo que está bien. Para un niño que vea “Advengers: Endgame” podrá soñar primero con sus superhéroes y luego con la complejidad y belleza del Cosmos. 

Jesus Lopez C
egarra

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