jueves, octubre 17, 2019

Ficción literaria y dictaduras

Siguiendo la lógica “Funes el Memorioso” (cuento de Jorge Luis Borges) cuando decía “No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente)”, toda dictadura que históricamente haya soportado un país es (lamentablemente) única. Cada una surge de un momento histórico particular. Algunas nacen mediante el ejercicio de la fuerza, otras contradictoriamente, nacen de la voluntad popular, llegando al poder por el voto ciudadano.

Las dictaduras, y más en concreto las de Latinoamérica, han sido un objeto de mi curiosidad, más aún como venezolano que sigue y sufre la realidad que vive el país. En Venezuela tuvimos dos en el siglo XX (Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez), y otra más particular que se inició a finales del XX, pero se ha sostenido en el poder en lo que va del siglo XXI. 

La dictadura Chávez-Maduro tiene algunas particularidades, porque, aun surgiendo de un hecho de fuerza (los intentos de golpe militar en 4 de febrero y 27 de noviembre de 1992), llega al poder mediante elecciones (diciembre 1998). Si bien Chávez siempre mostró sus maneras autoritarias; su carisma y personalidad (y dinero en abundancia) le permitieron ganar elecciones, siempre con ventajismo, pero entendiendo que su presencia fue relevante para imponer el modelo. Luego de su muerte, el “legado” que reivindicaba ese movimiento político (básicamente que atendieron algunos problemas sociales, con medidas insostenibles, pero eso es otra discusión) ayudó a Maduro a llegar a la presidencia. Pero la personalidad deslucida de este, y en especial su inseguridad lo han llevado a tomar el camino de un gobierno que se mantiene por la fuerza de las armas, policiales, militares y de grupos paramilitares.

Pero las dictaduras no son un fenómeno de nuestra idiosincrasia, sino que, dadas algunas circunstancias (problemas sociales, descomposición, inexperiencia en las formas democráticas, guerras, caudillismo, agotamiento del modelo político), son catalizadores que ayudan a un caudillo o un grupo político a tomar el poder y ejercerlo con el interés de no abandonarlo. Para ello, todas se valen de las mismas herramientas: Represión, presos políticos, torturas, servicios de inteligencia, limitación de las libertades y derechos ciudadano. Lo que permite su existencia y continuidad es que la Fuerza Armada de ese país apoya y tiene intereses en que esa estructura que detenta el poder se mantenga… hasta que el dictador se convierta en un estorbo o un apestado.

De las experiencias latinoamericanas en materia de dictaduras, algunos escritores han tomado el tema para novelar a alguno de los dictadores. la primera de ellas sea probablemente “El Señor Presidente” de Miguel Ángel Asturias, y a la lista se le suman “El recurso del método” de Alejo Carpentier, “El Otoño del patriarca”, de Gabriel García Márquez, “Yo el Supremo”, de Augusto Roa Bastos y “La fiesta del Chivo” de Mario Vargas Llosa, por hablar de las que conozco. También hay otras obras que aluden un momento de alguna de las dictaduras, como lo podemos ver por ejemplo en algunas novelas y cuentos de Julio Cortázar o Roberto Bolaño, pero las anteriores reflejan más la vida de ese hombre todopoderoso que afecta para bien y sobre todo para mal, la vida de un país.

De las novelas mencionadas anteriormente, la única a la cual he vuelto es “La Fiesta del Chivo” porque me vino a la mente reflexionando sobre el tema de dictadores que son brutales y despiadados, pero que de alguna forma adornan y justifican sus crímenes con el “bienestar supremo de la patria”.

La novela de Vargas Llosa se centra en la vida y sobre todo muerte del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo. Trujillo gobernó tiránicamente su país por 30 años y su muerte fue producto de un atentado planificado y ejecutado por miembros de la Fuerza Armada, algunos de ellos cercanos colaboradores. Como la mayoría de los dictadores, sufre del mesianismo y cree su vida y su presencia evitan que se desate el apocalipsis, aunque esto en el fondo no es más que una justificación a sus inseguridades y ansias de poder.

En el caso de Trujillo, su fin llegó de manos de la institución que le daba apoyo: Las Fuerzas Armadas. En su seno se forma un grupo conspirador que va madurando la idea de que la única manera de sacar al tirano del poder es mediante su eliminación física. Aunque cada uno de los principales conspiradores tiene un motivo personal para recurrir al magnicidio (desde los problemas personales con el régimen, hasta decepción por la crueldad y vesania de Trujillo y sus cercanos colaboradores, en especial sus hijos), el aspecto religioso es un aspecto sensible en la toma de decisión.

Cualquier hombre de poder tiene enemigos, y muy probablemente de estos haya alguno que quiera su desaparición física, pero esto no es tarea fácil. Un hombre de poder, consciente de ello, está rodeado de personas que velan por su seguridad. No obstante, como ocurrió con Trujillo, cuando una sociedad es atrapada por el poder y voluntad de una sola persona, es en su entorno donde se comienza a formar la idea de que remover físicamente al tirano es el comienzo de la solución.

En el caso de la conspiración que eliminó a Trujillo, las preocupaciones de los complotados no era solamente la parte organizativa, complicada de por sí, tomando en cuenta que esta venía de la propia institución que sustentación a Trujillo. También estaba el problema moral de eliminar a un ser humano, especialmente para personas con convicciones religiosas firmes.

En una de las discusiones entre los complotados, Salvador Estrella Sadhalá, ante un reclamo de uno de sus compañeros (¿Y un católico no puede hablar de coños, pero sí matar, Turco?”) manifiesta airado:

Matar a cualquiera, no. Acabar con un tirano, sí. ¿Has oído la palabra tiranicidio? En casos extremos, la Iglesia lo permite. Lo escribió santo Tomás de Aquino. ¿Quieres saber cómo lo sé? Cuando comencé a ayuda a la gente del 14 de junio y comprendí que tenía que apretar el gatillo alguna vez, fui a consultárselo a nuestro director espiritual, el padre Fortín. Un sacerdote canadiense, de Santiago. El me consiguió una audiencia con monseñor Lino Zanini, el nuncio de Su Santidad. «¿Sería pecado para un creyente matar a Trujillo, monseñor?» Cerró los ojos, reflexionó. Te podría repetir sus palabras, con acento italiano. Me mostró la cita de Santo Tomás, en la Suma Teológica. Si no la hubiera leído, no estaría aquí esta noche, con ustedes.”

Los conspiradores saben que deben acabar con el tirano. El sometimiento de toda una nación a la voluntad perversa y megalómana de un solo ser no solo crea conflictos y abusos en sí, sino también le abre paso a los seres más corruptos y despiadados que se benefician del poder y que usarán cualquier recurso disponible para sostener el entramado de tiranía, desde la tortura hasta el asesinato de rivales políticos, incluso más allá de las fronteras del país.

Cuando una dictadura se instaura y permanece en el tiempo, las instituciones son secuestradas para responder solo al tirano y sus intereses. Por eso una conspiración que busca derrocar o incluso eliminar al tirano debe enfrentar todo tipo de obstáculos, retrocesos y pequeños avances, pues cualquiera, incluso alguno de los más comprometidos, puede traicionar, o lo que es peor, flaquear en algún momento decisivo.

Los conspiradores que eliminaron al tirano Trujillo, si bien lograron el cometido más inmediato, no pudieron lograr los objetivos inmediatos posteriores una vez extinto el dictador. La debilidad de uno fue la perdición del esfuerzo de años. Pero como ocurre con todo en la existencia, los acontecimientos imprevistos generan nuevas dinámicas y de las entrañas del mismo régimen surgió la persona que guió el Post-Trujillismo.

La novela de Vargas Llosa, si bien hay que verla como una obra de ficción, nos da una aproximación al fenómeno de las dictaduras en Latinoamérica. Nos ayuda a reflexionar sobre el valor de la libertad, más aún en el presente, con estas nuevas “neo-dictaduras” y “regímenes fuertes” (muchos de corte fascista) que surgen por la voluntad de los electores y ciudadanos cuando estos prefieren abandonar la lucha constante por la libertad, para depositar ciegamente su confianza en caudillos que prometen acabar con todo lo “protervo” de la clase política (corrupción, mala administración, etc.) a cambio de prácticamente nada.

Jesus Lopez Cegarra

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