Hugo Chávez, desde su aparición en el escenario
público, se va convirtiendo en una figura que no representa el futuro, sino que
insiste en el pasado. Primero con la leyenda de la “Gran Colombia” como cúspide
de una “Era de Oro” y cumbre de la obra El Libertador Simón Bolívar, luego destruida
por los intereses particulares, falta de visión y egoístas de un grupo de
“políticos” (¿colombianos?), que de alguna manera son la continuación de los
que gobernaron durante el siglo XX, incluyendo obviamente, los años de la
democracia (1959-1999).
Esa leyenda “gran colombina” establece que los
venezolanos somos una especie de “pueblo elegido” que, aunque traicionamos
inicialmente esa herencia, aún hay tiempo para redimirnos y retomar la ruta de
la grandeza.
Pero todas esas ideas y propuestas no son más
que Leyendas y fantasías impracticables como tales hoy día. Aunque el ejército
venezolano usa el lema “forjador de libertades”, la verdad es que el ejército
profesionalizado sería una creación de uno de los personajes históricos más
denostados por Chávez: Juan Vicente Gómez. Tampoco hay que perder de vista que,
en su momento, esos hombres armados guiados por Bolívar más allá de lo que hoy
representa Venezuela y Colombia, eran tipos bastante incómodos y más bien
vistos como invasores.
La Gran Colombia era solo posible bajo
condiciones complicadas, incluyendo el uso de la fuerza y bajo una fuerte
dictadura. Fue un sueño que tenía sus ventajas, pero no factibilidad política y
social.
En lo “ideológico”, Chávez también invocaba a
dos figuras históricas de desconocida obra. Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora.
El primero es conocido por haber sido maestro de Bolívar y guía de los años de
este en Europa. Hay una colección de escritos suyos que fueron recogidos en un
libro titulado “Inventamos o erramos” en donde maneja algunas ideas sobre
educación. Zamora por su lado es un personaje histórico bastante oscuro, que
alguno historiadores y escritores venezolanos han querido elevar a la categoría
de héroe (ver el libro de José León Tapia “Por aquí pasó Zamora”), aunque
puesto en su verdadera dimensión por el historiador Adolfo Rodríguez, “Ezequiel
Zamora”.
También se quiso reivindicar a otro
controvertido “héroe”: al dictador Cipriano Castro, un personaje bastante
reñido con la civilidad y el buen gobierno. Colocarlo como figura de este
“Panteón” chavista fue para presentarlo como figura contra la lucha antiimperialista
(no se inmoló ante las presiones de ciertas potencias europeas que querían
cobrar viejas deudas de la República y terminó cediendo) sino que fue
precisamente EEUU quien frenó un potencial conflicto armado que pudiera haber
desmembrado o destruido a Venezuela como país.
Pero Chávez también supo aprovechar una
preocupación legítima de los venezolanos: la corrupción administrativa. Pero no
encontrando formas de evitar que se produzca, como una mayor transparencia en
el ejercicio del poder, sino en su función de “sheriff” vengador, friendo la
cabeza de sus enemigos. No hay que olvidar que antes de Chávez e incluso hoy
día, existe en el inconsciente colectivo la fantasía de que debe llegar un
militar y poner orden al caos, remedio a los abusos, fin al robo de los
recursos. Ese “militar ideal” lo representó Chávez en su momento y por ello un
buen número de votos logrados fue en función de ello.
Otro “cambio” prometido por Chávez fue el de
una nueva constitución ajustado. Su parcialidad política partía del supuesto
que los males de la República comenzaban por una constitución que
imposibilitaba los cambios y generaba más desigualdad. Se dejaba por fuera el
sistema rentista que hacía depender la economía de todo un país de un solo
producto cuya explotación está en manos del Estado exclusivamente, y de cómo la
clase política en los últimos 100 años ha usado el petróleo como herramienta
para lograr sus objetivos de mantenerse en el poder.
Las constituciones como quimera han estado
presente en Venezuela desde sus inicios como República y cada proponente (el
gobernante de turno) trataba de convertirla en una camisa de fuerza al país y a
los contrarios políticos, pues contenía disposiciones de su inviolabilidad e
imposibilidad de modificación, hechas de tal forma que garantizaban su
permanencia en el poder, y como una manera de conjurar que los de otra
parcialidad política quisieran reformarla si alcanzaban el poder. La realidad
es que la colección de “cartas magnas” es larga e incluso Cipriano Castro y
Juan Vicente Gómez coleccionaron ocho de ellas.
Por tanto, todo lo que propuso Chávez fue una
colección de ideas vetustas que no correspondían con la necesidad de
modernización de la economía y del Estado que requería el país. Solo los altos
precios del petróleo pudieron sostener un esquema de gobierno populista,
dispuesto a regalar todo por razones políticas, sin crear nuevos empleos (solo
algunos burocráticos), acosando a la empresa privada, en medio de
nacionalizaciones que terminaron quebradas o apenas funcionando. Es decir,
acentuando el modelo rentista demostradamente fracasado y que tiene a Venezuela
aún al margen de la modernidad.
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