jueves, diciembre 30, 2010

Juan Felix Sánchez


Revisando viejos documentos guardados por años, me topé con tres fotos que me trajeron gratos recuerdos de uno de esos seres humanos maravillosos muy ocasionalmente tenemos oportunidad de conocer: el artista plástico Juan Félix Sánchez.

Entonces yo estudiaba en la Universidad de Los Andes, y de vez en cuando me iba rumbo al frío páramo merideño. Allá, en algún lugar era posible ver a Juan Felix. A veces estaba sentado en la carretera tomando sol (algo que le producía un gran placer), o si uno se encontraba en los alrededores de San Rafael de Mucuchíes y preguntaba por él, alguien podía dar cuanta de su ubicación.

Todos lo llamábamos Juan Felix. A pesar de la diferencia de edad. Había algo en él que lo hacía ver jóven. Su sonrisa era amplia, sus palabras agudas e ingeniosas. Ya estaba algo sordo, pero en las conversaciones siempre afloraba un sentido del humor inteligente. (Recuerdo que una vez me estaba mostrando sus álbumes de fotos, y había algunas con Sofía Imber en su casa en Caracas. Yo le pregunté "¿Qué tal Sofía Imber", se rió y me dijo "Muy simpática y buena moza...Pero que no sepa Epifania esto, porque se pone celosa". 

En otra ocasión que le visité, le compre dos kilos de café recién molido, de una factoría que queda o quedaba por la avenida dos en Mérida (el aróma del café se podía sentir unas cuadras antes de llegar al sitio, una antigua casa estrecha). Llegué y en San Rafael de Mucuchíes pregunté por él y me dijeron en qué casa se encontraba. Allí estaba, junto con Epifania Gil, su compañera de vida, trabajando con unas telas. Le dí el paquete con el café molido y me lo agradeció de manera emotiva: "Hijo, muchas gracias, esto es oro para nosotros".

En esa ocasión, había varias personas allá, formando casi un anillo de seguridad en torno a Juan Félix, incluyendo una familiar suya que me preguntaba "¿Ustedes son de aquí?", aunque en el fondo quería preguntarme que qué quería de él. También estaba un petulantico caraqueño que entiendo estaba pasando un tiempo allí, en función de una actividad relacionada con sus estudios universitarios. Éste me seguía de cerca y no se apartó un momento mientras estuve allí. Era como una especia de perro guardián, pero además se creía con el derecho de intervenir y preguntar qué hacíamos ahí. Finalmente le tuve que decir que yo venía con frecuencia a visitarlo y que además había firmado manifiestos y defendido junto con otros amigos, de los arrebatos del patrimonio de Juan Félix Sánchez por parte de seres inefables que de manera interesada se hacían sus amigos para robarle sus obras artísticas.

Eran muchos los bandidos que se aprovechaban de este hombre, que era un santo. Juan Félix en una ocasión donó una casa suya, para que la convirtieran en un centro cultural del pueblo. Para desgracia suya, tal deseo no se cumplió, sino que el inmueble se utilizaba para fiestas y saraos de tinte político, lejos de las actividades para la cual entregó esa casa a la gobernación de Mérida. Luego, Juan Felix pedía que se le devolviera la casa, reclamando que él no la había entregado para esos fines, y la respuesta de las autoridades, alegando argumentos leguleyos, no querían devolverle lo suyo. Ante tal atropello, dirigimos cartas de protesta a la gobernación. No recuerdo bien que pasó con la casa... Creo recordar que se la devolvieron...

También había gente asociada a la política que trataban de convertirse en protectores de Juan Felix, pero lo hacían para robarle o para aprovecharse de su nombre. Uno de estos personajes fue a visitarle. El artista, que siempre era abierto y espléndido. Pero en esa ocasión narcotizaron a él y a Epifania y les robaron hasta joyas que pertenecían a su familia.

No me cabe duda que Juan Félix era un santo. Era un hombre muy religioso y su obra la consagró a Dios. Construyó con sus manos y casi sin ayuda dos hermosas iglesias de piedra, una de ellas en el Tisure y otra en San Rafael de Mucuchíes. (Yo le pregunté una vez que cómo había hecho para transportar esas piedras tan pesadas... simplemente se rió y no me contestó. Alguien me comentó que ese era un secreto bien guardado que conservaba para sí).

Lamentablemente, la ignorancia de muchos les impide apreciar la inmensidad de esos monumentos y las tratan con irrespeto, robando parte de esas piedras, sin entender que esas rocas fuera de allí caracen de sentido, que sólo cumplen una función como parte de esas obras maestras.

Por cuestiones del destino, me fui de Mérida. Poco tiempo después murió Juan Felix. Lamento no haber podido visitarle de nuevo, pero siempre lo tengo presente como uno de los grandes venezolanos que dedicó su vida y obra a esta tierra ingrata.

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