Venezuela ha vivido en los últimos años una de las peores crisis en su historia contemporánea. Los males y fallas que se criticaban a los gobiernos de 1959 a 1998 (corrupción, rentismo, etc.) se acentuaron e incluso se usaron para apalancar y darles herramientas al “Chavismo” para acabar con cualquier posibilidad de alternabilidad. Ya no hay otra manera de referirse a ese régimen encabezado por Nicolás Maduro sino como una dictadura represiva violadora de derechos fundamentales.
Las dificultades de un país quebrado y
envilecido por un sindicato criminal se han acentuado con la pandemia
ocasionada por el COVID-19. Un país petrolero que no produce petróleo, que no
puede procesar el crudo para producir los derivados que se requieren para
movilizar el país (gas natural y gasolina) y por tanto no tiene ni para
alimentarse o mover su industria y comercio.
Trazar la línea para determinar el momento en
que se comenzó este tortuoso camino de degeneración puede ser objeto de muchas
discusiones, pero un momento crucial fue el 4 de febrero de 1992, porque en ese
momento quedó manifiesto una extrema fragilidad institucional, un gran
descontento social, pero, sobre todo, que tanto la sociedad civil como los
militares estaban no coincidían en la visión sobre cómo solucionar los
problemas de manera civilizada, pero además quedó manifiesto que muchos “políticos”
creían en la vía violenta para la solución de las dificultades políticas,
sociales y económica, y una vez más se demostró que las FFAA son el factor que
deciden, por tanto, éramos una democracia tutelada por una institución que
también era el reflejo de lo que ocurría en la sociedad, con sus bondades y
defectos.
Si bien en su momento los intentos de
derrocamiento del gobierno de Carlos Andrés Pérez fracasaron, a la larga el
líder de esa rebelión, Hugo Chávez tuvo éxito. Parte de ello se debió a una
crisis económica que golpeaba fuertemente a la clase media y sectores
populares, que probablemente frente a la desilusión, volcaron su afecto a
cualquier solución, por descabellada que pudiera parecer.
El “éxito” Chávez (si a eso podemos llamar la
crisis en que se haya sumido el país) fue politizar todo y hacernos creer que
todo era político y todo pasaba por ahí, sin que los venezolanos tuvieran
presente que para ser político o se requiere ninguna habilidad ni preparación
especial, y nunca se lo hemos exigido a nuestros políticos, ni es parte de las
reglas no escritas para participar en política. Para un político criollo, lo
importante es sembrar dudas, minimizar éxitos y remarcar los fracasos.
Chávez usó la demagogia como principal
herramienta. Lo más irónico era que cuando era favorecido por el sentimiento
popular, halagaba al pueblo por su sabiduría. Cuando le era contraria, consideraba
que ese mismo pueblo se dejaba engañar como un niño. Pero su legado está a la
vista. Venezuela es ahora un despojo, un país que, por los momentos, se
encuentra fuera de la historia.
Chavé era un mitómano. Le gustaba alterar y
cambiar la historia para que coincidiera con su gesta, que la quería hacer ver
como una nueva independencia. Chávez se inventaba un origen humilde, de
muchacho pobre sin zapatos, excluido de cualquier beneficio social, cuando la
realidad era que sus padres eran maestros en una región rural de Venezuela, con
hermanos que pudieron ir a la universidad pública (gratuita) y él mismo
educarse en la Academia Militar.
El talento de Chávez estuvo en la intriga
política. Desde allí creo la falsa necesidad de que el país requería una Constituyente
para crear una nueva constitución. Su triunfo político en 1998 coincidió con el
ocaso de un modelo político liderado por los partidos Acción Democrática (Social-demócrata)
y COPEI (Social-Cristiano) que dejó a la Sociedad Civil atomizada, en
contradicciones y sin liderazgo.
Muchos achacan parte de esta debacle al expresidente
y fundador de COPEI, Rafael Caldera. Sus gobiernos tienen (como todos los de la
Democracia de 1958 a 1998) éxitos y fracasos. Pero no es que se le juzgue por
lo que hizo o dejó de hacer. Se le critica por “amnistiar” a Chávez (la figura
bajo la cual se le dejó salir de prisión es un sobreseimiento, que comportaba
la obligación de que ninguno de los golpistas regresara a las FFAA). No
obstante, y para tener más claras las circunstancias, de los cuatro candidatos
que en 1993 tenían opción de ganar (Caldera, Andrés Velázquez, Oswaldo Álvarez
Paz y Claudio Fermín), solo este último prometía no dar ningún tipo de beneficio
a los militares golpistas. No obstante, es Fermín quien vive hoy un contubernio
con las cúpulas de poder Chavista.
Aunque la Sociedad Civil ha tratado de hacer
frente a los intentos totalitaristas, estos terminaron en fracaso.
Probablemente porque se siguió el esquema de la “política espectáculo”, que,
aunque más formada, actuaba como una masa sin ideas o propuestas, y peor aún,
sin una estrategia.
Por otra parte, el intento de Chávez de
extender su “revolución” (internamente y externamente) se basó en una premisa
falsa: que los precios del petróleo podían subir y con ello financiar cualquier
proyecto, por fatuo y ajeno a la realidad que pareciera. El dinero que por
mucho tiempo fluyó sin control ni auditoría, sirvió para comprar, manipular,
acallar y acanallar a factores internos y externos, llegó a su fin y deja como
legado un país destruido.
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