sábado, mayo 20, 2017

En búsqueda del Paraíso

De vez en cuando soy asaltado por dudas existenciales. No es una preocupación mayor, porque a falta de una mejor definición, soy lo que se puede llamar un “agnóstico”, es decir, que declaro mi ignorancia a todo aquellos que trasciende la experiencia, si he de creer a lo que dice el Diccionario sobre el tema. En otras palabras, todo lo que está más allá de la muerte forma parte de lo especulativo. Que si es así o si es de esta otra manera no lo sabemos, porque nadie ha venido a darnos detalles. Después de la muerte, es un “one way ticket”. Al menos eso es lo que nos dice la experiencia.

Pero tenemos la religión. No una, cientos. Y de muy variado pelaje. Un Dios. Varios Dioses. Algunas extintas como los dinosaurios. Otras sobreviven a pesar del tiempo, como la católica. Pero hay ciertos elementos comunes (no pretendo ser experto en el tema, ni tampoco lo aspiro), pero en términos generales hay la creencia de una divinidad que debe ser venerada y que exige determinados comportamientos, tanto en lo personal como en lo social, lo que incluye la observancia de determinados rituales, como ir a una ceremonia cada tanto, o ir a ciertos lugares.

En muchas de esas religiones, lo que se plantea es que estamos en una especia de transición en este sitio que llamamos “tierra”, y de acuerdo a con nuestras acciones tendremos una recompensa o seremos castigados. Al morir, se revisa nuestra contabilidad. El “debe” y el “haber”. Se busca saber cómo administramos nuestras acciones. Si son malas, pues es un pasivo. Si son buenas, un activo. El resultado determina en dónde nos ubican. Más "activos" nos conduce al “Paraíso”.

Mi formación religiosa fue en el catolicismo, por lo que “Paraíso” significa esencialmente dos cosas: El lugar donde Adán y Eva vivían plácidamente hasta que, en su condición de inquilinos, incumplieron con una cláusula que acarreaba la rescisión del contrato de inquilinato con el creador; así como el lugar en que los “buenos administradores” de sus acciones se reunirán con Dios.

Sin embargo, hay personas que obviamente pertenecen al otro lado de ese espectro. Van desde los tibios y pusilánimes agnósticos como este servidor, hasta los más radicales que no creen en lo absoluto que exista tal cosa como un Dios “creador del cielo y de la tierra”. Son gentes que igual hablan de Dios todo el tiempo, pero en sentido negativo en cuanto a su existencia, si hacemos caso a lo que nos decía el reconocido autor católico alemán Heinrich Böll, en su gran novela “Opiniones de un Payaso”.

Más aún, dentro de estos se ubica una sub-especie que no cree que eso de un paraíso “elsewhere”, y su búsqueda está aquí, entre nosotros, hay que construirlo y no esperarlo en una vida posterior. A esos constructores de un mundo mejor les llaman “socialistas” y/o “comunistas”. Es una fauna tan variada como las religiones, porque, a fin de cuentas, es también una religión, con sus dioses, santos y liturgia. Y aunque algunos de estos intentos se apoyan en su “condición seglar”, mucho de su fundamento se basa en ideas religiosas.

Eso de construir un paraíso en la tierra no es tarea fácil porque habría que empezar por definir y caracterizar qué es eso de un “paraíso terrenal”. ¿Quiénes determinan el qué, quién y el cómo? Al no mediar una divinidad, pues es un ser humano quien lo hace, es claro que está sujeto a las limitaciones intelectuales y prejuicios que cualquiera puede tener. De esos experimentos del paraíso terrenal hay históricamente varios que se han implementado y el saldo no es especialmente alentador.

En la historia del siglo XX, hubo un experimento que por mucho tiempo fue, ¿cómo decirlo?... ¿inspirador? para muchas luchas y rebeliones contra la desigualdad y la injusticia. Tuvo lugar en Rusia en 1917 con una revolución que impuso un modelo “marxista-leninista” a lo largo de gran parte del siglo XX. Aunque la propaganda relataba un estado de bienestar y progreso social y tecnológico, en la ineludible realidad resultados no dan cuenta de un éxito de un avance en las condiciones de vida de los ciudadanos y de los países que a la fuerza anexaron a lo que se llamó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Por el contrario, se trató de un sistema que conculcó libertades y no tuvo logros significativos desde el punto de vista económico.

Porque el problema de los “paraísos”, al menos de como lo hemos concebido acá en este estrecho planeta, es que no sabemos qué es eso de un “paraíso”. Lo que se ha filtrado en todo esto es que hay un menú, o al menos el “paraíso” soviético nos daba cuenta de que las opciones de la felicidad son limitadas, y lo que es peor, que ese paraíso termina en una pesadilla kafkiana en la que no importa cuánto se avance, siempre hay un trecho pendiente por recorrer.

El experimento ruso fracasó. Estruendosamente. Inexorablemente. Al parecer la gente necesita un poco más. En la medida que vemos lo básico satisfecho, aspiramos a algo más, y no todo termina en una avaricia incontenible. Al ver logradas ciertas necesidades (alimento, vivienda, abrigo), van surgiendo de ahí las obras grandes de la humanidad. Poco sale del hambre y la miseria. Es muy difícil tratar de atender insuficiencias básicas y escribir, pintar o diseñar una obra maestra.

Y todo esto me lleva sobre lo que quería escribir. Sobre la atribulada Venezuela que hoy vive su hora más menguada. Ese experimento del paraíso terrenal también se intentó acá, pero no se hizo con los mejores ni con una idea clara del objetivo. Se tomó como modelo un modelo fracasado, el cubano que derivaba del soviético que había corrido la misma suerte.

Se tomaron millones sobre millones de dólares de la renta petrolera para satisfacer la delirante fantasía de un “Socialismo” acuñado como “del siglo XXI”, pero en se realidad adoptó lo peor de las experiencias fracasadas. La propaganda oficial muestra “logros”, “felicidad” pero acá mismo, desde donde estoy sentado puedo ver como los mendigos andan rebuscando sobras en la basura.

Jesus Lopez Cegarra

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