Cuando era adolescente, en los cada vez más lejanos 1980,
la moda junto con las hombreras, los calentadores y Madonna, era, en lo que a
literatura se refería, Gabriel García Márquez. Todo parecía girar en torno a
este escritor, que muy probablemente le disgustaba tanta celebridad.
Más de un escribidor, periodista, columnista buscaba
arañar el estatus de “intelectual” parafraseando (o deformando) los títulos de
los libros o las frases del escritor. Particular saña se aplicaba con “Crónica de una muerte
anunciada”. Por ejemplo, si un gobernante tomaba una mala decisión y las
consecuencias de la misma se materializaba en el daño previsto, más de uno
soltaba: “Pues
esto no es más que la crónica de una muerte anunciada”. Si alguien había sido
alguna vez una celebridad, pero era luego olvidado por cualquier motivo y
alguien recordaba como ese antiguo encumbrado vivía el presente en la más
extrema ignominia, pues se decía con aires intelectuales “Fulano no tiene quien
le escriba”. Si alguien estaba en una mala racha, pues vivía su “Mala
Hora”. Los títulos de esas obras de García Márquez se convirtieron, por
imposición de la moda, en los más detestables lugares comunes que se podían
proferir.
La izquierda en Latinoamérica se sentía feliz de contar
entre los suyos a una celebridad leída (o conocida) por muchos, quien además no
ocultaba su fascinación acrítica por el hoy fallecido Fidel Castro, dictador
latinoamericano que por conveniencia abrazó la fe marxista-leninista a quien
entonces muchos tontos aplaudían como el gran paladín de la lucha
anti-imperialista, y que era el gran ícono de la pseudo rebeldía que sentía más
de un “académico” de las Universidades Públicas que en su fuero interno se
negaba a abandonar los gustos burgueses.
La derecha se dejaba enredar también por la celebridad
del colombiano, bien sea posando para una foto, o reconociendo sus méritos, o
contraponiendo como “mejor” escritor a Jorge Luis Borges, otro fetiche que
oponían quienes se consideraban con gusto más refinado y que buscaban relegar a
García Márquez a un fenómeno secundario algo superior a Corín Tellado.
García Márquez no era un
pensador, no era siquiera un ensayista (y no se entienda esto como una afrenta o menosprecio, es una opinión de buena fe). Siempre reivindicó su condición de
reportero, de ser un instrumento para apreciar los hechos y sus protagonistas y transmitir su apreciación de la manera más pulida y adornada. Y eso no es una crítica en sí misma,
porque realmente su virtud fue ser un gran orfebre, de una florida y fértil
imaginación, que sabía cómo usar magistralmente la palabra para hacer
hermosos juegos pirotécnicos y dejar con la boca abierta a su espectador.
Por supuesto Borges y García Márquez eran grandes
escritores. Ambos los leí y si me apuran, me parece que Borges era más
cuidadoso en no publicar escritos que estuvieran por debajo de lo que se
esperaba de él. Porque Borges, sin duda, era un campeón de la precisión y la
concisión, virtudes con las que un escritor rara vez se equivoca.
García Márquez, luego de su Nobel de Literatura en 1982,
con la excepción tal vez de “El Amor en los tiempos del cólera”, no publicó
algo relevante. Bien visto, le ocurrió como a los Rolling Stones,
lo verdaderamente notable lo hicieron en los años 1960. “El General en su
laberinto” fue un intento algo flojo de ver el Bolívar de sus últimos días,
“Memorias de mis putas tristes” un lamentable esfuerzo de sacarle dinero a los
incautos lectores. “Vivir para contarla” son unas memorias soporíferas, que
vienen a ser algo así como cuando un gran prestidigitador revela sus trucos, y
todo aquello que parecía magia, no son más que pequeñas trampas, artilugios y
distracciones. Con este libro, el escritor logra que el pueblo alucinante de
Macondo y sus habitantes de ficción no sean más que cosas pedestres y
terrenales. Ni hablar de “Del amor y otros demonios” y “Noticias de un
secuestro”, libros realmente flojos.
Con la edad y el tiempo ese
prestigio y preponderancia mediática de García Márquez se fueron apagando. Ha
caído lenta y fatalmente en un injusto olvido. ¿Sobrevivirá a esta
indiferencia?... Bueno, por ahora lo está haciendo en Colombia… en forma de
billete.
Jesús López Cegarra
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