En ocasiones, cuando algún sueño queda ahí en la memoria sin que se borre,
trato de tomar algún pedazo de papel y escribir lo que sale. Y así tengo esas
notas por ahí, desordenadas, inorgánicas, esperando un algo que no logro
descifrar. En uno de esos sueños, que debí tener probablemente hacia 2005-2006,
tal vez antes (no estoy seguro, pero por algunas notas posteriores, estimo que
por ahí estuvo el momento) grupos de minorías y bohemios habían postulado a un
músico autor de canciones poéticas al premio Nobel de Literatura…
y lo había recibido efectivamente. En lo que escribí del improbable sueño decía
textualmente “…pero lo conquistó (el
premio Nobel) y todos celebramos su discurso al recibirlo, lleno de metáforas y
¡claro! Con el lenguaje ambiguo que atrae (ilegible, a pesar de ser mi letra).”
En el sueño Dylan tenía otro nombre ( Comte Bleu o Blue), pero era él.
Por supuesto que cualquier lector de estas notas podrá pensar que deseo
reivindicar “facultades adivinatorias” y nada está más lejos de mi intención.
Es solo que al revisar esas notas, veía en la entrega del premio a un músico
que escribía letras maravillosas llenas de poesía, un acto de reivindicación al
mensaje que esas letras buscaban transmitir, que frente a “… otros candidatos de “mayor jerarquía”
(viejos escritores que lo esperaban como recompensa a su obra), era casi
impensable que estos bohemios pudieran hacer tanta bulla y lograr que ese ídolo
que en ocasiones ora permitió [a otros] conquistar a una chica con sus suaves
melodías y ambiguas letras, ora permitía alzarse y protestar contra cualquier
cosa, lograra ese ansiado premio …” se imponía una visión distinta y
revolucionaria contra un orden establecido injusto.
Aunque hoy día sigo creyendo que la justicia social es un bien preciado que
la humanidad debe buscar. Pero ese Premio Nobel que hace años en sueños veía
con burla como la aspiración, la coronación a viejos escritores que lo ansían
como la culminación a una carrera, hoy en día veo como esa crítica proveniente
del fondo del inconsciente como dura e injustificada.
Hay que empezar por entender qué hace un escritor y qué hace un músico. Un escritor plantea su obra como algo orgánico
que se inicia en su mente y se plasmará en un formato que tendrá forma de
libro. Existe público, un consumidor de estos libros. Hay ciertos escritores que
por la forma, el estilo, profundidad en los temas, contenido se les atribuye un
carácter “literario”. Aunque la palabra literatura se usa para obras en
cualquier rama del conocimiento (literatura médica, por ejemplo), el sentido
que le da la Academia Sueca (y el que los amantes de la literatura atribuimos)
es para quienes usan la palabra para darle una forma artística, en una novela,
un poema, un ensayo. Reducir la literatura a lo anterior puede ser muy
limitativo y hasta injusto porque excluye las obras de carácter oral e incluso,
a músicos como el caso de Dylan.
Por otro lado tenemos a un músico compositor (¿letrista?) que conjuga la
música con letras de variado contenido. Un músico igual será conocido y
apreciado en la medida que lleve su obra a un formato reproducible (un CD, un
archivo digital). Al igual que en el mundo de los libros, hay de todo, desde lo
intrascendente y puntual impuesto por moda, hasta lo más elaborado y complejo,
en donde nuevamente podemos colocar a un Bob Dylan, al dúo Lennon y McCartney,
entre otros.
El premio Nobel de Literatura, desde su creación, ha premiado obras y
autores “literarios” como definíamos anteriormente. No se coló por allí alguien
de las características de Dylan. Más bien se metieron un montón de
desconocidos, algunos sobrevalorados y otros ya olvidados. Y han dejado por
fuera a un importante grupo de excelsos escritores entre los que contamos a
Jorge Luis Borges, León Tolstoi, James Joyce, Julio Cortázar.
Bajo la lógica de quienes han recibido el premio, es difícil entender la decisión
de la Academia Sueca. ¿Buscaba la sorpresa para atraer un nuevo público, para
aparentar o mostrar modernidad? Porque con cualquiera de los anteriores ganadores, los que estamos afuera más o
menos sabíamos a qué atenernos. Cuando concedían el
premio, a los pocos días uno pasaba por alguna librería para ver exhibidos los
libros del laureado. Pero con Dylan… se buscan los CD (hoy en día un formato
con los días contados), se acude al “streaming”, a la descarga por internet, a “YouTube”…
¿Qué se premió, la letra, la letra con la música, la letra la música y la
interpretación?, pues según la Academia, se lo merece por “(…) haber creado nuevas expresiones poéticas
dentro de la gran tradición de la canción estadounidense (…)” (sic).
Lo que me preocupa (una preocupación menor, pero preocupación al fin) que
esta nueva tendencia pueda dejar por fuera a escritores que con toda justicia
merecen el reconocimiento de Estocolmo. Hay dos nombres que me atrevo a
sugerir: Milan Kundera y Paul Auster. ¡Proponga usted también los suyos!
Jesús López Cegarra
Jesús López Cegarra
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