Dos temas en común considerados
de suprema importancia que cualquier clase política maneja frente al
electorado, con independencia de la tendencia o ideología, son el trabajo y la
educación. Obviamente la discusión sobre qué es relevante para cada una, qué
debe incluir, qué debe excluir, cómo debe impartirse es otro debate, filosófico
si se quiere; pero tanto el trabajo como la educación son instrumentos
fundamentales para construir el modelo de progreso y de sociedad con que se
sueña.
La Educación proporciona
conocimientos, herramientas para pensar y para resolver los problemas que se
presenta a todos los niveles, sean individuales sean prácticos sean
filosóficos: desde saber quiénes somos, pasando por aquellos que nos resuelven
los problemas cotidianos, hasta entender la complejidad del Universo. El
trabajo por su parte nos permite construir, satisfacer necesidades.
Son además dos elementos para
medir el desempeño y hasta la viabilidad de un país o de un proyecto político.
Si la educación es pobre, limitada e inaccesible, así será el país. Si no hay
plazas de trabajo, si el desempleo es muy alto, es un indicativo de que algo va
mal social y económicamente.
Sería abrumador tratar de
enumerar las fallas en ambas materias que se han acentuado o creado en los
últimos años de Chavismo. Pero hay dos recientes que dan una idea de la pobre
dirigencia y gerencia pública.
Desde hace unos cuantos años,
Venezuela viene sufriendo de una grave crisis, incluyendo la energética, una
contradicción para un país que vive de la exportación de petróleo. En nuestro
caso, tenemos una gran dependencia de la energía hidroeléctrica proveniente del
embalse de “El Guri”. Cambios climáticos atribuidos al fenómeno “El Niño” han
reducido las precipitaciones para esa zona, lo que ha sido un castigo para
todos.
En vida Hugo Chávez, se vivió una
crisis energética, pero no tan grave. Se tomaron medidas de ahorro. Se
“construyeron” unas cuantas plantas termoeléctricas que solventarían una
situación similar. ¿Qué pasó con esas plantas?: Pues uno de los casos de
corrupción criminal más grande y emblemático que se tenga conocimiento: Se
contrataron a empresas inexpertas pero con tentáculos aferrados en el poder y
compraron equipos dañado y obsoletos. Se robaron millones de dólares. Y los
criminales disfrutando en USA, nada menos.
Pero el punto de esta crónica
tiene que ver con las medidas que el Gobierno de Nicolás Maduro. Además de
castigar a los venezolanos con un ahorro energético (exceptuando por razones
obvias a Caracas) decide que la Administración Pública trabaje solo DOS DÍAS A
LA SEMANA y que la Educación Primaria no tenga actividades los viernes.
La “Semana de dos días” fue
objeto de comentarios y blanco de humoristas en todo el planeta. Internamente
era poco lo que se podía hacer. Nadie quiere enfrentar con cárcel medidas tan
estúpidas y absurdas provenientes de burócratas apenas formados, pero
dispuestos a usar la fuerza para cumplirlas. ¿Alguien realmente estudió estas
medidas? Más bien parecen destinadas al “Efecto Cobra” (o como decimos coloquialmente, que el remedio termine siendo peor que la enfermedad).
¿Qué harán los trabajadores de la
Administración Pública con tantas horas de ocio? ¿Sentarse tranquilos en una
silla, no moverse, no encender la computadora y la televisión, ni el aire
acondicionado? Mientras tanto, el país paralizado, los tribunales y oficinas
que manejan distintas materias de interés para el país, con las luces apagadas,
acumulando más retraso del que ya originalmente tenían.
¿Y los niños? Valen las mismas
preguntas. Pero en su caso es más ofensiva la medida porque dejan de aprender,
dedican su tiempo de ocio a actividades que probablemente no aporten nada a su
formación y ponen en aprietos a sus padres para ver qué hacen con ellos.
El trabajo y la educación criminalizados por una banda de mafiosos incompetentes.
Jesús López Cegarra
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