lunes, julio 04, 2016

Reflexiones sobre política (y anti-política)

Días atrás conversaba con un buen amigo, (un profesional del derecho, exitoso en su ejercicio y en la docencia), que siempre anheló incursionar en la política, desde adolescente. En cierta manera lo hizo en los años de bachillerato y en la Universidad, pero él se refería más a la Política con mayúscula. La Política de las grandes decisiones. Pero esa política requiere una ocupación entera, una devoción entera de la cual se deja de lado o en un plano secundario cualquier otra aspiración o interés.


Cuando era adolescente, también soñaba con la política. Lo veía como una forma de servicio público. Aspiraba ser nada más y nada menos que Presidente, para poder acabar con los problemas del país, básicamente aplicando lo que parecía mejor de otras experiencias en el mundo. Y mi visión en la política tenía su componente ego centrista: era “yo” quien lograba resolver todos los problemas, pues las soluciones venían de la aplicación sin condicionamientos de las órdenes impartidas... Sin embargo nunca tuve esa madera para dedicarme en cuerpo y alma a esa actividad. Con el tiempo comprendí que la política (con minúscula o con mayúscula) tiene que ver más con sentimientos y pasiones lejanos a la razón y el entendimiento. Por ello no siempre los mejores son los que triunfan en política.


A la política hoy día la veo como una actividad penosa, en las varias acepciones que se le pueden dar a esa palabra:


Es trabajosa, supone una gran dificultad: requiere una dedicación casi exclusiva. No es una profesión que resulte beneficiosa económicamente. Que veamos políticos llevando una estilo de vida de millonarios no significa que sea lucrativa. Demanda mucho trabajo no remunerado que probablemente haya que ejecutarlo en el tiempo libre. Los ascensos provienen más del azar, de las relaciones que se tenga con personas influyentes que del esfuerzo.


También es capaz de causar pena. Puede provenir de una derrota (que son comunes en la política) o de decisiones desacertadas (apoyar a un candidato que pierde, perder el favor del electorado por una mala gestión o incluso por tomar decisiones necesarias pero impopulares). Pero también lo que se llama pena ajena, es decir, cuando no quisiéramos estar en los zapatos de otra persona que está pasando o realizando algo realmente embarazoso. En estas últimas elecciones en el Perú, veía como un hombre serio, con muchísimo dinero y quien a todas luces no necesita de la política como es “PPK” (Pedro Pablo Kuczynski), bailando, abrazando gente, tratando de ser simpático, actos que se le ven ajenos y que solo buscan ganar el favor del voto popular.


Adicionalmente, la política como profesión es la más denostada, la más criticada. Muchos de los cuestionamientos son comprensibles. Otros tantos justificados. La política, sobre todo la electoral, busca despertar pasiones internas, atávicas, irracionales. Pero una vez en el poder, las decisiones que deben tomarse no siempre corresponden con el ánimo del votante, del partidario, del simpatizante. Y cuando se van tomando malas decisiones, cuando desde el Poder no se resuelven problemas, se va generando y acumulando un descontento, que luego es capitalizado por sectores o grupos que basan su propuesta en la “anti-política” (que es un sentimiento generalizado de que los actores políticos a cargo son incapaces y hay que sacarlos del juego), proponiendo a veces de manera abierta, a veces de manera velada que la política es algo sucio, un “pecado original” que solo puede ser suprimido por un bautismo propuesto por ellos. Lo contradictorio es que hacen “Política” basada en la promesa de liberación de todo lo que tenga que ver con ella. Y pueden llegar al Poder, han llegado al poder y seguirán llegando al Poder.


En Latinoamérica desde los años 90 se han dado varios casos, el más emblemático tal vez el liderado por Alberto Fujimori, quien en algún momento disolvió el Poder Legislativo y junto con los militares dio un golpe de estado. Esto fue conocido como el “Fujimorazo”, que vino a significar un desconocimiento de las Instituciones, para depurarlas y comenzar de nuevo. En Venezuela, la llegada de Hugo Chávez también se fundamentó en ese sentimiento de “anti-política”.
 
Esta retórica “anti-política” los hace poco propensos a negociar (una herramienta fundamental para la política), a buscar entendimientos, lo que genera polarización y autoritarismo. La experiencia demuestra que estos movimientos terminan cometiendo los mismos errores y abusos que sus antecesores, porque se sustentan en el maniqueísmo: convierten cualquier disidencia o crítica en obra de quienes anhelan volver al pasado horrible y aterrador de corrupción y arbitrariedad.

Jesús López Cegarra

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