miércoles, mayo 23, 2018

De gestiones por Caracas

Tuve un vehiculo nuevo, equipado, con aire acondicionado, reproductor de CD y 0 Km. Hoy en día poseo ese mismo vehículo, pero al igual que yo, ya no es el mismo. Viejo, desgastado, ya varias cosas no funcionan, entre ellas el aire acondicionado y las ventanillas eléctricas. Estuvo parado unos cuantos meses por problemas con los repuestos. Mientras se conseguían, debía utilizar el cada vez más precario transporte público: sucio, abandonado, con conductores de malas pulgas. Cuando me monto en uno de esos vehículos, me pregunto siempre si los frenos le funcionaran. Si no se desarmará en medio de la calle, si el conductor no sacará un arma y me robará.

Por fin se tienen los repuestos para la reparación. Son costosísimos y algunos son unas llamadas “estoperas”. Las que tiene ya están vencidas y por ahí se escapa el aceite del motor. Pero lo que tengo en la mano es una goma larga que cuesta, literalmente, millones de Bolívares. Llevo el carro al taller. Estará listo en una semana. Pasa la semana y me entregan el vehículo, pero como estuvo tanto tiempo parado, hay que cambiar los frenos. Costará otros millones.

Ya con el vehículo “operativo”, trato de “normalizar” mis cosas. Poder hacer mis trabajos sin necesidad de transporte público. Aunque las ventanillas no bajan y el aire acondicionado no funciona, al menos puedo movilizarme con cierta libertad. Hasta recupero una cierta alegría que había dejado atrás. Pero ese momento feliz está pronto por terminar. Cuando estoy llegando a casa, hay rastros de aceite de motor.

Llevo el carro nuevamente al taller. El diagnóstico del mecánico es inapelable: 

- “Yo se lo dije, los repuestos que vienen son de mala calidad, cuando el motor se calienta la estopera se deforma y se sale el aceite” … 

- "Pero si es nueva", replicó con voz lastimera. 

- “Sí, pero son malas”, sentencia el experto

O sea que ahora tengo un carro que sangra si se ejercita demasiado. Para remediar esto hay que comprar repuestos de buena calidad…Pero, esto es lo que se consigue Ya va mucho dinero y todavía estoy sin ventanillas ni aire acondicionado. Ahora este vehículo pasará a ser lo que llaman con eufemismo “El carro del mercado”, un carro para gestiones muy, pero que muy cortas.

Pero la vida continua a pesar de las estoperas deficientes y el aceite de motor en el suelo. Otra vez en régimen de transporte público de metro, camionetas, taxis, lo que se mueva y me lleve de un lugar a otro. Pero Venezuela definitivamente es otra. En la calle ya se ve muy poco transporte público. Los que circulan van abarrotados con la gente colgando en la puerta. El Metro dejó hace años de ser lo que era y ahora es más barato que la gente entre sin pagar. Los vagones hay personas durmiendo en el suelo y algunos que entran a mostrar algún talento (cantar, rapear, etc.) a cambio de algún papel moneda inservible, o simples pedigüeños. Si debo montarme en taxi, siempre lo hago con miedo. Nunca se sabe quienes son estos tras el volante. En esos momentos, varias preguntas se agolpan en mi mente ¿Es un asesino en potencia? ¿Un ladrón peligroso? O lo que es peor ¿le funcionarán los frenos al carro?

No es raro que por las deficiencias del transporte deba caminar. Y caminar no me molesta. Me da tiempo para pensar mis cosas, para especular, para analizar algo e inmediatamente rebatirme, pensar en lo que fue, lo que pudo ser y lo que será, tomar el reproductor MP3 y oír la música de mi preferencia, podcasts. Mientras ando, veo los locales que alguna vez fueron sede de algún establecimiento comercial. Allí había una arepera, ahí una clínica veterinaria, allá una tienda de artículos para fiestas y que hoy exhiben su abandono con pintas de grafiti, correspondencia enviada al que una vez estuvo allí y sobre todo, mucho sucio.

Caminando como un perdido, de repente aparece un árbol completamente florecido. Es un espectáculo hermoso en medio de tanta abulia, tanto descuido, tanta indolencia. Me detengo unos segundos, saco el teléfono celular y tomo una foto furtiva de la planta, como si estuviera haciendo algo prohibido. Es el temor de que me roben el celular, nuestro nuevo dueño, quien conoce secretos, guarda información y nos evade de la realidad. Y entre este ir y venir, se diluye la vida.



Jesús López Cegarra

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