I.
El Zoológico
Hoy en día, la tecnología en
manos de las personas, permiten registrar con imágenes y sonidos, desde
acontecimientos noticiosos, hasta lo más corriente que puede realizar cualquier
ciudadano. Pero además de eso, tenemos las “Redes sociales” que potencialmente
permiten la difusión masiva de lo que queda grabado en cualquier dispositivo.
No todo llega a captar el interés general, pero algunos videos pueden tener un
impacto importante por distintas razones.
Hubo dos casos que tuvieron un
impacto y en lo particular me llevaron a realizarme algunos planteamientos
sobre la naturaleza humana. El primero ocurrió en el Zoológico de Cincinnati,
EUA, donde un niño logra entrar a la jaula de los gorilas. Uno de ellos toma al
niño y lo comienza a arrastrar por un foso con agua. Cualquiera puede
imaginarse la fuerza de un gorila. Ni el hombre más fuerte tiene chance alguno
contra un animal adulto como este. Por lo poco que se puede apreciar del video,
estábamos frente a una situación de “vida o muerte” y las autoridades del
zoológico decidieron matar al gorila para poder rescatar al niño.
Las imágenes causaron conmoción
general y un gran debate sobre el tema. La pregunta de rigor era ¿Se
justificaba la muerte del Gorila? ¿No era más pertinente sedarlo y así salvar
la vida del niño y del animal? Por supuesto estas preguntas vinieron formuladas
en distintos tonos, desde los más reflexivos hasta los más cargados de odio. No
fueron pocos los que se pusieron del lado del animal, es decir, frente a la
situación de peligro de un niño, la
apuesta debía ser a favor del gorila.
En Chile ocurrió un tema con
algunas similitudes a las de Cincinnati, pero también con enormes diferencias.
Un suicida de 20 años entró a la jaula de los leones en un zoológico ubicado en
Santiago. El joven, seguramente perturbado mentalmente, quería suicidarse. Los
leones al principio estaban jugando con la persona, pero luego lo atacaron, lo
que significó que dos de los animales fueran abatidos. En este caso, un grupo
de gente se inclinaba a que no se justificaba el sacrificio de los animales, y
que el joven perturbado debió dejarse a su suerte.
En estos dos casos, la pregunta
que deberíamos hacernos, al menos como un ejercicio de comprensión de toda esta
situación es ¿Qué hubiera pasado si el gorila o los leones hubieran podido
matar a estas personas? ¿Qué discusión hubiera surgido: que se actuó muy tarde…
o qué bien que ocurrió, pues ellos se lo buscaron?
Se trata de un tema complejo,
pero la discusión no debería ser que a estas dos personas se les debió dejar a
su suerte. La decisión de sacrificar la vida de los animales para salvar la
vida de ambos fue la correcta. Sin embargo, la variedad de respuestas sobre
estos dos hechos son muy reveladoras: desde los que simplemente piensan que se
pudo actuar de una manera distinta (a favor de ambas partes), los que piden
“justicia” por las muertes, o los que la vida de los humanos era “justificable,
por decirlo de la manera más eufemística posible.
Las preguntas que deberíamos
hacernos son otras: ¿Se justifica la figura del Zoológico en la sociedad
actual? ¿Se justifica destruir el hábitat natural de los animales?, pero sobre
todo, ¿Dónde queda el derecho a la vida de todos los seres humanos?
II.
El
Torero en la arena
Otro caso también complejo de
esta relación entre humanos y animales son las corridas de toros. Es un
espectáculo artístico y hermoso para algunos, cruel y barbárico para otros,
cuyos orígenes son tan antiguos como la historia del hombre. Aunque es una
actividad que aun goza de cierta popularidad en algunos países, son cada vez
más los grupos que presionan por que las corridas sean eliminadas por la
crueldad animal que significan.
\Los toros que se usan en las
corridas gozan de características particulares. Son desarrollados y seleccionados
por ciertas cualidades y atributos que los hacen adecuados para esa actividad.
No viven en la naturaleza de manera salvaje, sino criados de manera cuidadosa y
especial por personas y empresas que se dedican a proporcionarlos para esa
actividad.
¿Deben ser prohibidas las
corridas de toro? Posiblemente ocurra en el futuro. En mi juventud asistí a
corridas como parte de la “diversión” con amigos. Era una excusa para la juerga
y beber. Desde hace tiempo hasta la fecha, no se me ocurre ir a una corrida,
pues no le veo sentido a un espectáculo cruel y sangriento. Pero no soy un
partidario de su eliminación. Las corridas forman parte de nuestra cultura, nos
guste o no, y en lo particular, prefiero que desaparezca de forma natural, como
ocurre con algunos seres en la naturaleza cuando cambian las condiciones del
ambiente. Una evolución del ser humano que eleve su espíritu sería un entorno
propicio para que no haya más corridas. Y también desaparecerán los toros de
lidia, porque estos son criados y modificados artificialmente por el hombre
para esta actividad. Desaparecido el incentivo que justifica su crianza, nadie
se ocupará de mantenerlos. O probablemente queden confinados a un zoológico
como una rareza.
Pero hay grupos y personas a
favor de los “derechos de los animales” que tienen la tendencia a comportarse
como histéricos fundamentalistas que se creen dueños de la verdad. Toman la
internet y las redes sociales para alegrarse de la muerte del joven torero
Víctor Barrio, felicitando al toro y afirmando si supieran que en cada corrida
hay un torero muerto, con gusto pagarían por asistir. Ni la atribulada viuda
quedo exenta de la perfidia insidiosa de los “odiadores” (haters) a quien incluían en los comentarios enviados por Twitter.
¿Se consideran estas personas más
cultas y elevadas que el resto del mundo con esta actitud tan baja? Al menos el
torero dedica su esfuerzo y destreza contra un animal (al que seguramente ni
siquiera le tenía animadversión) en la
ejecución de un oficio que algunos lo consideran detestable. Que alguien
realice una actividad que no es de nuestro agrado, no es justificación para
desearle y alegrarse por la muerte de un ser humano.
Estas manifestaciones de
desprecio por un ser humano, un niño, un enajenado mental o un torero dicen
mucho de nuestra condición humana.
Jesús López Cegarra
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