domingo, julio 17, 2016

El animal en nosotros



I.                    El Zoológico

Hoy en día, la tecnología en manos de las personas, permiten registrar con imágenes y sonidos, desde acontecimientos noticiosos, hasta lo más corriente que puede realizar cualquier ciudadano. Pero además de eso, tenemos las “Redes sociales” que potencialmente permiten la difusión masiva de lo que queda grabado en cualquier dispositivo. No todo llega a captar el interés general, pero algunos videos pueden tener un impacto importante por distintas razones.

Hubo dos casos que tuvieron un impacto y en lo particular me llevaron a realizarme algunos planteamientos sobre la naturaleza humana. El primero ocurrió en el Zoológico de Cincinnati, EUA, donde un niño logra entrar a la jaula de los gorilas. Uno de ellos toma al niño y lo comienza a arrastrar por un foso con agua. Cualquiera puede imaginarse la fuerza de un gorila. Ni el hombre más fuerte tiene chance alguno contra un animal adulto como este. Por lo poco que se puede apreciar del video, estábamos frente a una situación de “vida o muerte” y las autoridades del zoológico decidieron matar al gorila para poder rescatar al niño.

Las imágenes causaron conmoción general y un gran debate sobre el tema. La pregunta de rigor era ¿Se justificaba la muerte del Gorila? ¿No era más pertinente sedarlo y así salvar la vida del niño y del animal? Por supuesto estas preguntas vinieron formuladas en distintos tonos, desde los más reflexivos hasta los más cargados de odio. No fueron pocos los que se pusieron del lado del animal, es decir, frente a la situación de peligro de un niño, la apuesta debía ser a favor del gorila.

En Chile ocurrió un tema con algunas similitudes a las de Cincinnati, pero también con enormes diferencias. Un suicida de 20 años entró a la jaula de los leones en un zoológico ubicado en Santiago. El joven, seguramente perturbado mentalmente, quería suicidarse. Los leones al principio estaban jugando con la persona, pero luego lo atacaron, lo que significó que dos de los animales fueran abatidos. En este caso, un grupo de gente se inclinaba a que no se justificaba el sacrificio de los animales, y que el joven perturbado debió dejarse a su suerte.

En estos dos casos, la pregunta que deberíamos hacernos, al menos como un ejercicio de comprensión de toda esta situación es ¿Qué hubiera pasado si el gorila o los leones hubieran podido matar a estas personas? ¿Qué discusión hubiera surgido: que se actuó muy tarde… o qué bien que ocurrió, pues ellos se lo buscaron?

Se trata de un tema complejo, pero la discusión no debería ser que a estas dos personas se les debió dejar a su suerte. La decisión de sacrificar la vida de los animales para salvar la vida de ambos fue la correcta. Sin embargo, la variedad de respuestas sobre estos dos hechos son muy reveladoras: desde los que simplemente piensan que se pudo actuar de una manera distinta (a favor de ambas partes), los que piden “justicia” por las muertes, o los que la vida de los humanos era “justificable, por decirlo de la manera más eufemística posible.

Las preguntas que deberíamos hacernos son otras: ¿Se justifica la figura del Zoológico en la sociedad actual? ¿Se justifica destruir el hábitat natural de los animales?, pero sobre todo, ¿Dónde queda el derecho a la vida de todos los seres humanos?

II.                  El Torero en la arena

Otro caso también complejo de esta relación entre humanos y animales son las corridas de toros. Es un espectáculo artístico y hermoso para algunos, cruel y barbárico para otros, cuyos orígenes son tan antiguos como la historia del hombre. Aunque es una actividad que aun goza de cierta popularidad en algunos países, son cada vez más los grupos que presionan por que las corridas sean eliminadas por la crueldad animal que significan.

\Los toros que se usan en las corridas gozan de características particulares. Son desarrollados y seleccionados por ciertas cualidades y atributos que los hacen adecuados para esa actividad. No viven en la naturaleza de manera salvaje, sino criados de manera cuidadosa y especial por personas y empresas que se dedican a proporcionarlos para esa actividad.

¿Deben ser prohibidas las corridas de toro? Posiblemente ocurra en el futuro. En mi juventud asistí a corridas como parte de la “diversión” con amigos. Era una excusa para la juerga y beber. Desde hace tiempo hasta la fecha, no se me ocurre ir a una corrida, pues no le veo sentido a un espectáculo cruel y sangriento. Pero no soy un partidario de su eliminación. Las corridas forman parte de nuestra cultura, nos guste o no, y en lo particular, prefiero que desaparezca de forma natural, como ocurre con algunos seres en la naturaleza cuando cambian las condiciones del ambiente. Una evolución del ser humano que eleve su espíritu sería un entorno propicio para que no haya más corridas. Y también desaparecerán los toros de lidia, porque estos son criados y modificados artificialmente por el hombre para esta actividad. Desaparecido el incentivo que justifica su crianza, nadie se ocupará de mantenerlos. O probablemente queden confinados a un zoológico como una rareza.

Pero hay grupos y personas a favor de los “derechos de los animales” que tienen la tendencia a comportarse como histéricos fundamentalistas que se creen dueños de la verdad. Toman la internet y las redes sociales para alegrarse de la muerte del joven torero Víctor Barrio, felicitando al toro y afirmando si supieran que en cada corrida hay un torero muerto, con gusto pagarían por asistir. Ni la atribulada viuda quedo exenta de la perfidia insidiosa de los “odiadores” (haters) a quien incluían en los comentarios enviados por Twitter.

¿Se consideran estas personas más cultas y elevadas que el resto del mundo con esta actitud tan baja? Al menos el torero dedica su esfuerzo y destreza contra un animal (al que seguramente ni siquiera le tenía  animadversión) en la ejecución de un oficio que algunos lo consideran detestable. Que alguien realice una actividad que no es de nuestro agrado, no es justificación para desearle y alegrarse por la muerte de un ser humano.

Estas manifestaciones de desprecio por un ser humano, un niño, un enajenado mental o un torero dicen mucho de nuestra condición humana. 

Jesús López Cegarra

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