jueves, febrero 17, 2011

El Hombre contra la Corporación


Las Leyes que otorgan patente sobre los inventos a grandes rasgos exigen tres requisitos: Novedad (no haya sido divulga previamente), Altura Inventiva (no resulte obvia para una persona versada sobre la materia técnica de la invención) y tenga aplicación industrial, es decir, pueda ser producido o utilizado en cualquier tipo de industria. Adicionalmente el inventor debe hacer una descripción completa y en detalle de la invención.

Reunido esos requisitos, el Estado ortoga la patente. Este título permite que el inventor pueda utilizar la invención de manera exclusiva para su beneficio, pero (y esto es sumamente importante) significa que puede excluir a cualquier tercero de usar tal invención si no ha sido debidamente autorizado por el titular.

Se ha justificado el sistema de patentes en el beneficio que le reporta a la sociedad: a cambio de divulgar una información que útil a la sociedad, el inventor goza de un derecho de exclusividad de uso durante un tiempo (20 años desde la presentaciín de la solicitud de protección). Al final de ese periodo, cualquiera puede utilizar la invención libremente.

Hay una idea romántica en cuanto a las patentes: Un solitario inventor, en el garaje de su casa, da con una solución técnica innovadora, la patenta. La produce a escala comercial y comienza la carrera para convertirse en millonario.

Ahora bien... la realidad no puede ser tan distinta al pretendido romanticismo con que se adorna el sistema de patentes: Una cosa es tener el título... otra muy distinta es ir a los tribunales a defender ese Derecho. La desventaja comienza con con una serie de factores que escapan de la mano del titular: lentitud en las decisiones, falta de preparación técnica de las Cortes tanto para entender tanto la Ley de Patentes, como la materia sobre la que versa la invención.

A esto podemos agregar que como contraparte puede estar alguien con mayor poder económico, con un músculo financiero de tal magnitud que logre, en el mejor de los casos, aplicar tácticas dilatorias al procedimiento, hacerlo eterno en relación a la efímera vida de un hombre que debe satisfacer sus necesidades y la de su familia.

Bueno, pues esta fue la batalla que emprendió Robert Kearns. Un ingeniero que básicamente se preguntó en 1963: ¿por qué los limpiaparabrisas de los automóviles funcionan tan mal?. ¿por qué no funcionan como el ojo humano, cuyo párpado normalmente trabaja a una velocidad que no perturba?. Y sobre esas premisas comenzó como esos inventores solitarios a trabajar en su casa. Con ensayo y error logró la solución deseada: un limpiaparabrisa intermitente.

¿El próximo paso? Ofrecerlo a quien pudiera estar interesado: porque, una cosa es el invento... y otra llevarlo a escala comercial. Así que Kearns se fue a visitar a la Ford Motor Company, quienes se mostraron interesados en ese adminículo, en esa solución sobre la cual ellos mismos estaban trabajando sin resultados.

Kearns sabe que tras ese interés se encuentra su “sueño americano”... sólo que no fue un sueño placentero y dulce... fue uno amargo y devastador... Luego que el ingeniero comprometiera su patrimonio para producir su invento... Ford manifiesta que ya no está interesado en su invención. No era difícil saber por qué: Se quedaban con la invención y a cambio pagarían.... cero.

La película “Flash of Genius”, dirigida por Marc Abraham y protagonizada por Greg Kinnear trata sobre esta desigual batalla entre un ingeniero profesor universitario y la gran corporación que no tuvo empacho en violentar los derechos de un tercero, fundamentado exclusivamente en su poder económico.

Una pelea como esta se pierde, asi se gane. Es decir ¿cómo compensar el tiempo, el desgaste, el sufrimiento (propio y de los queridos)? “Flash of Genius” refleja quizá el lado amable del asunto. Ford pierde y es obligada a pagar daños. Pero su familia casi se desintegra en el medio en este remolino legal, sin contar con los problemas de salud que significaron.

Pero también es admirable la tenacidad (casi la tozudez) de Kearns para que se reconozciera su derecho y sobre todo, para que la verdad prevaleciera. Al final se transforma en un héroe para todos aquellosque por razones más que comprensibles, deciden ponerse de lado ante el disparejo reto y aceptar el consejo de su abogado: “más vale un mal arreglo que un buen pleito”.

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