Decir que Venezuela vive una “hora menguada”,
en el sentido que el da el Diccionario de la Real Lengua “Tiempo fatal o desgraciado en que sucede un daño o no se logra lo que
se desea” es abundar sobre un hecho notorio. Es un tiempo fatal donde ambas
premisas de la definición ocurren, un daño y no lograr lo que se desea. El daño
es la destrucción de un país, del tejido que lo unía y de los valores que lo
sostenían. A esto hay que unir la imposibilidad (por ahora) deponer a un gobierno
desalmado que se sostiene a contramano de lo que desea la inmensa mayoría del
país bajo la coerción violenta.
Espero no estar equivocado, pero todos estos
infortunios vividos por 20 años, intuitivamente ha hecho que una gran cantidad
de venezolanos ampliemos que la libertad en general, que es un presupuesto
imprescindible para el progreso de toda sociedad, incluye necesariamente la
libertad económica. Se aprecia que, ante cada aumento ilógico y desmesurado de
los sueldos por parte del gobierno, el venezolano ya percibe que no habrá
bienestar ni prosperidad detrás de esa decisión burocrática.
Venezuela vive la hiperinflación más terrible conocida,
dejando pálidas las que peores que se vivieron en la era democrática
(1958-1998), especialmente en los gobiernos de Carlos Andrés Pérez II y Rafael
Caldera II. Por primera vez en la historia ya se cuentan por millones quienes
han abandonado el país, ya no en avión como se hacía al principio de la tiranía
chavista, sino ahora es a pie, para llegar hasta sitios tan remotos como Perú y
Ecuador, y probablemente más al sur, todo en la búsqueda de algo mejor que lo
que viven actualmente, un poco de libertad, seguridad y hasta de dignidad.
No es exagerado plantear que Venezuela es (o
está cerca de ser) un “Estado Fallido”: Ya no ejerce plenamente su soberanía
sobre el territorio, los servicios que presta son de terrible calidad, la gente
ya no tiene confianza en el gobierno como ente que pueda resolver los problemas
que le son propios a este y la comunidad internacional ya no siente ningún
respeto por sus autoridades.
Una de las dificultades de mayor peso en esta
terrible crisis venezolana es que por muchos factores (incluyendo saboteo
interno y externo, ansias de poder, etc.) no existe una alternativa articulada
y creíble frente al modelo fascista-comunista, que bajo cuerda ha usado
recursos para minar a esa oposición y hacerla ver toda como cómplices o agentes
de la tiranía. No ha sido posible un acuerdo común entre quienes se oponen la
tiranía, que desunida no puede capitalizar el descontento del 90 % de los
venezolanos.
Mientras tanto, las personas que tienen menores
ingresos, que en su mayoría adversan a Maduro y su pandilla, están sufriendo la
embestida de una crisis incubada en 1999 y que implosiona en 2018. El régimen
quiere doblegar y humillar a los venezolanos por unas bolsas de comida,
promesas de gasolina subsidiada, en conocimiento que ese esquema “económico” es
inviable y lo fue desde el día uno.
Ahora bien, es necesario resaltar que esa
intuición del venezolano de que la libertad económica es fundamental, es una
“obra en construcción”. Muchos aun ven al dueño del supermercado como el
malvado especulador que aumenta los precios con alevosía y más de uno llama a
las autoridades que le están cercenando sus derechos para denunciarlos, sin
estar plenamente conscientes que son esos a quienes llaman los causantes de
esos precios. Lamentablemente, los venezolanos hemos visto con lenidad la
intervención acechante del “Estado Chavista”, construcción elaborada para el
control social.
Pero ante las medidas desesperadas que el
gobierno está tomando, muchas de ellas orientadas a oprimir y humillar como las
relacionadas con el “carné de la patria”, se aceleró el desbarajuste económico
que vendrán a asfixiar y agravar más el drama.
Creo, y espero sea así, la mayoría de los
venezolanos entenderemos que este proyecto de control de la sociedad no lleva a
ningún tipo de justicia social. Que este intento continuado de secuestro de las
instituciones del Estado fracasará y colapsará. Pero mientras esto sucede, hay
que entender y entender bien, que la libertad económica, aunque parezca dictada
por la avaricia (toda empresa se inicia con alguien que tiene una idea y la
lleva a la práctica, para obtener una ventaja económica), es una
garantía de que hay opciones de productos u otros sustitutivos, con distintos
precios, distintos lugares para adquirirlos. Es decir, hay un mercado que se va
regulando con la competencia. Por supuesto, siempre habrá quienes bajo las
ventajas de esa libertad quieran abusar, pero para eso se deben contar con
instituciones a las cuales acudir para solventar los desajustes.
Los venezolanos debemos terminar de desechar la
idea de que un Estado “pater familas”
(en el sentido que se le daba en la antigua Roma: un ser autocrático que extendía
su autoridad y voluntad a toda su parentela) que debe proveernos y ser el dueño
de nuestro destino, a un Estado que articule y sirva para la causa de una
sociedad libre y democrática.
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