sábado, febrero 03, 2018

Leonardo Padura: El hombre que amaba los perros

A Leonardo Padura (La Habana, 1955) no lo tenía en el radar de escritores que deben ser leídos. Aún sigo anclado a generaciones literarias que le preceden, a los García Márquez, Cortázar o Vargas Llosa, de quienes aun prefiero (con razones de peso) retomar sus libros y darles nueva lectura, que explorar otras opciones que pueden llegar a ser buenos descubrimientos.



El libro me fue recomendado indirectamente. Estaba en una cola para sacar dinero del cajero automático y delante de mí hablaban dos señoras sobre el deterioro del país, incluyendo la lamentable situación que nos tenía ahí: Hacer una cola de una hora para lograr obtener escasos diez mil bolívares con los cuales es poco lo que se puede comprar. Curiosamente, una de las señoras hace mención al libro de Padura para para descifrar lo que está ocurriendo en el país, y según su liberal y amplia interpretación, lo que estamos padeciendo en esta hora gris lo explica la novela. 

Probablemente acá quepa la frase que en algún momento le leí a Mario Vargas Llosa, citando a Marcel Proust según la cual cada lector es el lector de sí mismo. Esto porque una vez leído el libro de Padura, tengo otra una lectura algo distinta del de la señora en el banco, aunque entiendo en parte por qué ella encontraba conexión entre los hechos que acompañaron a Trotsky, su asesinato y su asesino.
Porque el tema esencial de esta gran novela es como dos vidas que en cualquier otra circunstancia habrían permanecido separadas, son unidas fatalmente por la voluntad de Stalin.

Trotsky era un estratega apasionado, un intelectual, un estratega, un orador brillante y un incansable trabajador de la causa de la revolución mundial, creador del célebre “Ejército Rojo”, aunque no exento de crueldad. Stalin era un hombre más bien gris proveniente de una pobre familia con un padre borracho, pero tenía una oscura y eficiente capacidad para la intriga y para los trabajos “sucios” que en su momento fueron utilizados en las actividades conspirativas para derrumbar al gobierno del zar. Además, contaba con la suerte de que sus enemigos lo subestimaran, lo que a la postre fue la perdición de más de uno de los líderes de la Revolución Rusa, Trotsky incluido.

Stalin además era un tirano de corazón amante del poder que pacientemente esperaba su momento. Este momento llegó cuando muere Vladimir Lenin. El sucesor natural debía ser Trotsky, (y así se podía colegir del testamento de Lenin), pero inexplicable y fatalmente Trotsky se encontraba lejos del centro de poder, tratándose malestares físicos. Stalin le engaña informándole que los funerales del líder fallecido serían privados, cuando en realidad Stalin aprovechó la circunstancia para mostrarse en primera fila en uno de los funerales más pomposos de la historia rusa y dar a entender que él debía ser el sucesor de Lenin. 

Stalin, aprovechando las luchas internas de los más importantes líderes de la Revolución, deja que estos se peleen entre sí y aprovecha alianzas con uno y otro para irlos derrotando a todos. Al final, Stalin quedará como jefe máximo del Partido y con el tiempo se convertiría en el líder indiscutible del comunismo en el mundo.

Pero Stalin se sabía vulnerable. Uno puñado de personas le conocían bien. Entre ellos Trotsky. La respuesta y estrategia del Stalin fue expulsarlos, encarcelarlos o eliminarlos físicamente. Y para ello creo un parapeto judicial, iniciando juicios públicos en los cuales se iba inexorablemente condenando a muerte a cada uno de esos que él veía como sus enemigos jurados.

Trotsky había sido expulsado de Rusia y comienza un duro exilio que lo lleva por Turquía, Francia, Noruega y finalmente México, a donde el largo brazo de la purga estalinista se extendió para darle trágica muerte. Había sido también juzgado y condenado en ausencia. Aunque había sido aniquilado políticamente, esto no era suficiente para Stalin.

Y de esta fría ejecución de Trotsky es que surge la novela de Padura, novela que tiene además elemento de novela policíaca (con las cuales se ha hecho mundialmente conocido), pues es nos va narrando la historia de un asesinato, pero enriquecido con el contexto histórico de un hombre ampliamente reconocido como uno de los protagonistas de la revolución de 1917, y la de de español comunista, quien fue reclutado por los servicios rusos, para ejecutar un acto en apariencia heroico por el que pasaría a la historia, pero que en rigor lo condenó al salón de la infamia.

“El hombre que amaba los perros” es el contrapunto de las vidas de Liev Trotsky luego que es expulsado de Rusia y la de Ramón Mercader (más tarde alias Jacques Mornard/Frank Jacson) a quien los servicios de inteligencia rusa le preparan mental y física transformarle en su asesino.

Padura va inteligentemente documentando una biografía novelada de estos dos personajes. Nos va explicando qué los movía, qué los motivaba, que los ilusionaba. Aunque si bien es cierto que su libro es una obra de ficción y no conviene tomarla como una historia oficial, es palpable la preparación y la investigación que debió emprender el autor para darnos una interpretación lúcida y creíble de qué fue lo que ocurrió y como sucedió. El papel que jugaron Caridad (la madre de Ramón) y Nahum Eitingon para sembrar en la mente de Mercader la necesidad imperativa de eliminar a Trotsky. 

Y es que hay ciertos hechos históricos trascendentes de la historia que solo pueden ser revelados y entendidos mediante la interpretación a través de la ficción. Y aunque hay ciertos puntos en que Padura muestra un lado más humano del asesino y cómo las circunstancias los llevan a cumplir con su destino, y sobre los cuales personalmente tengo una apreciación un poco distinta, “El hombre que amaba los perros” es un documento notable para comprender cabalmente este episodio histórico, pues muestra sin atenuantes como el destino de la humanidad de una parte importante de la humanidad estaba ligada al rencor y pequeñeces de quien en su momento fue el hombre más poderoso del mundo.

Jesus Lopez Cegarra

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