sábado, noviembre 26, 2016

¿Dónde está Gabriel García Márquez?



Cuando era adolescente, en los cada vez más lejanos 1980, la moda junto con las hombreras, los calentadores y Madonna, era, en lo que a literatura se refería, Gabriel García Márquez. Todo parecía girar en torno a este escritor, que muy probablemente le disgustaba tanta celebridad. 

Más de un escribidor, periodista, columnista buscaba arañar el estatus de “intelectual” parafraseando (o deformando) los títulos de los libros o las frases del escritor. Particular saña se aplicaba con “Crónica de una muerte anunciada”. Por ejemplo, si un gobernante tomaba una mala decisión y las consecuencias de la misma se materializaba en el daño previsto, más de uno soltaba: “Pues esto no es más que la crónica de una muerte anunciada”. Si alguien había sido alguna vez una celebridad, pero era luego olvidado por cualquier motivo y alguien recordaba como ese antiguo encumbrado vivía el presente en la más extrema ignominia, pues se decía con aires intelectuales “Fulano no tiene quien le escriba”. Si alguien estaba en una mala racha, pues vivía su “Mala Hora”. Los títulos de esas obras de García Márquez se convirtieron, por imposición de la moda, en los más detestables lugares comunes que se podían proferir.

La izquierda en Latinoamérica se sentía feliz de contar entre los suyos a una celebridad leída (o conocida) por muchos, quien además no ocultaba su fascinación acrítica por el hoy fallecido Fidel Castro, dictador latinoamericano que por conveniencia abrazó la fe marxista-leninista a quien entonces muchos tontos aplaudían como el gran paladín de la lucha anti-imperialista, y que era el gran ícono de la pseudo rebeldía que sentía más de un “académico” de las Universidades Públicas que en su fuero interno se negaba a abandonar los gustos burgueses.

La derecha se dejaba enredar también por la celebridad del colombiano, bien sea posando para una foto, o reconociendo sus méritos, o contraponiendo como “mejor” escritor a Jorge Luis Borges, otro fetiche que oponían quienes se consideraban con gusto más refinado y que buscaban relegar a García Márquez a un fenómeno secundario algo superior a Corín Tellado. 

García Márquez no era un pensador, no era siquiera un ensayista (y no se entienda esto como una afrenta o menosprecio, es una opinión de buena fe). Siempre reivindicó su condición de reportero, de ser un instrumento para apreciar los hechos y sus protagonistas y transmitir su apreciación de la manera más pulida y adornada. Y eso no es una crítica en sí misma, porque realmente su virtud fue ser un gran orfebre, de una florida y fértil imaginación, que sabía cómo usar magistralmente la palabra para hacer hermosos  juegos pirotécnicos y dejar con la boca abierta a su espectador.
Por supuesto Borges y García Márquez eran grandes escritores. Ambos los leí y si me apuran, me parece que Borges era más cuidadoso en no publicar escritos que estuvieran por debajo de lo que se esperaba de él. Porque Borges, sin duda, era un campeón de la precisión y la concisión, virtudes con las que un escritor rara vez se equivoca.

García Márquez, luego de su Nobel de Literatura en 1982, con la excepción tal vez de “El Amor en los tiempos del cólera”, no publicó algo relevante. Bien visto, le ocurrió como a los Rolling Stones, lo verdaderamente notable lo hicieron en los años 1960. “El General en su laberinto” fue un intento algo flojo de ver el Bolívar de sus últimos días, “Memorias de mis putas tristes” un lamentable esfuerzo de sacarle dinero a los incautos lectores. “Vivir para contarla” son unas memorias soporíferas, que vienen a ser algo así como cuando un gran prestidigitador revela sus trucos, y todo aquello que parecía magia, no son más que pequeñas trampas, artilugios y distracciones. Con este libro, el escritor logra que el pueblo alucinante de Macondo y sus habitantes de ficción no sean más que cosas pedestres y terrenales. Ni hablar de “Del amor y otros demonios” y “Noticias de un secuestro”, libros realmente flojos.

 Con la edad y el tiempo ese prestigio y preponderancia mediática de García Márquez se fueron apagando. Ha caído lenta y fatalmente en un injusto olvido. ¿Sobrevivirá a esta indiferencia?... Bueno, por ahora lo está haciendo en Colombia… en forma de billete.



Jesús López Cegarra

viernes, noviembre 18, 2016

De cómo Bob Dylan ganó el premio Nobel hace muchos años



En ocasiones, cuando algún sueño queda ahí en la memoria sin que se borre, trato de tomar algún pedazo de papel y escribir lo que sale. Y así tengo esas notas por ahí, desordenadas, inorgánicas, esperando un algo que no logro descifrar. En uno de esos sueños, que debí tener probablemente hacia 2005-2006, tal vez antes (no estoy seguro, pero por algunas notas posteriores, estimo que por ahí estuvo el momento) grupos de minorías y bohemios habían postulado a un músico autor de canciones poéticas al premio Nobel de Literatura… y lo había recibido efectivamente. En lo que escribí del improbable sueño decía textualmente “…pero lo conquistó (el premio Nobel) y todos celebramos su discurso al recibirlo, lleno de metáforas y ¡claro! Con el lenguaje ambiguo que atrae (ilegible, a pesar de ser mi letra).” En el sueño Dylan tenía otro nombre ( Comte Bleu o Blue), pero era él.



Por supuesto que cualquier lector de estas notas podrá pensar que deseo reivindicar “facultades adivinatorias” y nada está más lejos de mi intención. Es solo que al revisar esas notas, veía en la entrega del premio a un músico que escribía letras maravillosas llenas de poesía, un acto de reivindicación al mensaje que esas letras buscaban transmitir, que frente a “… otros candidatos de “mayor jerarquía” (viejos escritores que lo esperaban como recompensa a su obra), era casi impensable que estos bohemios pudieran hacer tanta bulla y lograr que ese ídolo que en ocasiones ora permitió [a otros] conquistar a una chica con sus suaves melodías y ambiguas letras, ora permitía alzarse y protestar contra cualquier cosa, lograra ese ansiado premio …” se imponía una visión distinta y revolucionaria contra un orden establecido injusto.

Aunque hoy día sigo creyendo que la justicia social es un bien preciado que la humanidad debe buscar. Pero ese Premio Nobel que hace años en sueños veía con burla como la aspiración, la coronación a viejos escritores que lo ansían como la culminación a una carrera, hoy en día veo como esa crítica proveniente del fondo del inconsciente como dura e injustificada.

Hay que empezar por entender qué hace un escritor y qué hace un músico.  Un escritor plantea su obra como algo orgánico que se inicia en su mente y se plasmará en un formato que tendrá forma de libro. Existe público, un consumidor de estos libros. Hay ciertos escritores que por la forma, el estilo, profundidad en los temas, contenido se les atribuye un carácter “literario”. Aunque la palabra literatura se usa para obras en cualquier rama del conocimiento (literatura médica, por ejemplo), el sentido que le da la Academia Sueca (y el que los amantes de la literatura atribuimos) es para quienes usan la palabra para darle una forma artística, en una novela, un poema, un ensayo. Reducir la literatura a lo anterior puede ser muy limitativo y hasta injusto porque excluye las obras de carácter oral e incluso, a músicos como el caso de Dylan.

Por otro lado tenemos a un músico compositor (¿letrista?) que conjuga la música con letras de variado contenido. Un músico igual será conocido y apreciado en la medida que lleve su obra a un formato reproducible (un CD, un archivo digital). Al igual que en el mundo de los libros, hay de todo, desde lo intrascendente y puntual impuesto por moda, hasta lo más elaborado y complejo, en donde nuevamente podemos colocar a un Bob Dylan, al dúo Lennon y McCartney, entre otros.

El premio Nobel de Literatura, desde su creación, ha premiado obras y autores “literarios” como definíamos anteriormente. No se coló por allí alguien de las características de Dylan. Más bien se metieron un montón de desconocidos, algunos sobrevalorados y otros ya olvidados. Y han dejado por fuera a un importante grupo de excelsos escritores entre los que contamos a Jorge Luis Borges, León Tolstoi, James Joyce, Julio Cortázar.

Bajo la lógica de quienes han recibido el premio, es difícil entender la decisión de la Academia Sueca. ¿Buscaba la sorpresa para atraer un nuevo público, para aparentar o mostrar modernidad? Porque con cualquiera de los anteriores ganadores, los que estamos afuera más o menos sabíamos a qué atenernos. Cuando concedían el premio, a los pocos días uno pasaba por alguna librería para ver exhibidos los libros del laureado. Pero con Dylan… se buscan los CD (hoy en día un formato con los días contados), se acude al “streaming”, a la descarga por internet, a “YouTube”… ¿Qué se premió, la letra, la letra con la música, la letra la música y la interpretación?, pues según la Academia, se lo merece por “(…) haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense (…)” (sic).

Lo que me preocupa (una preocupación menor, pero preocupación al fin) que esta nueva tendencia pueda dejar por fuera a escritores que con toda justicia merecen el reconocimiento de Estocolmo. Hay dos nombres que me atrevo a sugerir: Milan Kundera y Paul Auster. ¡Proponga usted también los suyos!

Jesús López Cegarra

miércoles, octubre 26, 2016

Notas al azar (20 octubre de 2016): La trampa del “Carisma”



Cuando un político está en el ruedo, afuera en la calle buscando adeptos a su causa, la primera medición que se le hace es si  tiene ese intangible que llamamos “carisma”, es decir esa fuerza, ese magnetismo que atrae y motiva a otros para lograr algo. El carisma llega a ser un elemento casi definitorio para que alguien triunfe o fracase en sus aspiraciones de poder. La falta de carisma es casi una condena.

Bien visto el “Carisma” es un atavismo. Tiene un fondo irracional porque si hay que elegirlo por votos, lo elegimos. Si hay que perdonarle alguna falta, se la perdonamos. Le seguimos sin pensar bien en el por qué. Los errores quedan sepultados gracias a su encanto y su gracia se la da más valor que sus capacidades.

Los analistas políticos “profesionales” explican una victoria  o una derrota a la luz del  carisma:

-          - Fulano tiene carisma.- dice uno.
-          - Mengano no tiene carisma…

Pero es raro que traten de explicar el peligro y la trampa de basar una decisión trascendente en ese “Don” escurridizo. ¿No es preferible un líder capaz y preparado?¿No es preferible formar e informar sobre quien tiene méritos?

Jesús López Cegarra

lunes, septiembre 26, 2016

Viajar a la venezolana



Aeropuerto de Miami. Septiembre de 2016

Hago la fila para registrarme en el vuelo que me llevará a Caracas. Unos muchachos de veintitantos años, hablando con la jerga de “Huevón”, “Marico” comienzan a colocar antojadizamente sus equipajes cerca del mostrador. Ellos están de últimos en la fila pero no quieren estar arrastrando cada uno de esos bultos voluminosos y forrados de plástico azul.

Uno de los funcionarios de la Aerolínea se acerca y le dice al muchacho que está trayendo las maletas:

-  - No puede colocar ese equipaje allí, porque estorba la salida de los que terminan el chequeo.

El muchacho le responde con tono entre la sorpresa y la pedantería:
-       
- Es que son doce maletas- como si esto explicara que su bienestar y sus bienes están por encima de normas esenciales para el buen funcionamiento de un lugar público muy transitado.

El funcionario le replica:
-         -Sí, pero ese equipaje no puede estar ahí.

Casi con sorpresa, con indignación de que el  funcionario no entienda la necesidad de colocar esos bultos allí donde estorba al resto, pero le favorece en lo personal insiste con lo que parece un argumento irrebatible:
-        
-¡    - Es que son doce maletas!

Es la actitud de muchos venezolanos especialmente cuando están fuera de sus fronteras. Acostumbrados a convertir sus excepciones en reglas solo aplicables a su provecho. No entender que una regla de convivencia le aplica a todos por igual, convencer que ellos sí tienen derecho de abusar, que el volumen de equipaje que enrostra su posición económica le hace digno de un trato preferencial y excluyente. Tenemos en nuestra configuración la creencia de que las reglas se pueden manejar, suavizar para adecuarlas a intereses personales. Después muchos venezolanos se extrañan que nos vean como seres despreciables y hasta disfruten nuestros infortunios. Que son muchos.

Por las circunstancias históricas y sociales que hemos vivido y que deberían ser objeto de estudio para entender la particular forma de comportamiento del venezolano, hemos asimilado que las normas (legales, morales, de convivencia) solo aplican si nos benefician. Si se interponen (así sea para beneficio colectivo) es justificable buscar la manera de que se aplique la excepción. Así carezca de toda justificación para el caso concreto. Con esa forma de ver el mundo, no extraña que la corrupción y la degradación imperen.
 
En Venezuela, sobornar a un funcionario es una regla de acción. Una regla de vida. A tal punto que muchos funcionarios entienden que si no hay pago, no hay trato. Y esto se ha institucionalizado. Si alguien en Venezuela pasa un semáforo en luz roja y es pillado por un policía, este le plantea un trato: “Le puedo poner una multa, pero si me paga XX, lo dejo ir y sin multa”. Nadie dice “Dame la multa”. En el fondo, en este sistema de corrupción y extorsión, donde el funcionario se ha “empoderado” gracias a este sistema que hemos alimentado por décadas, es preferible pagar para evitar entrar en un castillo kafkiano.

Jesús López Cegarra

La Carta desgraciada

  Esa carta desgraciada Pu ño y letra De mi amada Gualberto Ibarreto El presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, decide ausent...