lunes, septiembre 26, 2016

Viajar a la venezolana



Aeropuerto de Miami. Septiembre de 2016

Hago la fila para registrarme en el vuelo que me llevará a Caracas. Unos muchachos de veintitantos años, hablando con la jerga de “Huevón”, “Marico” comienzan a colocar antojadizamente sus equipajes cerca del mostrador. Ellos están de últimos en la fila pero no quieren estar arrastrando cada uno de esos bultos voluminosos y forrados de plástico azul.

Uno de los funcionarios de la Aerolínea se acerca y le dice al muchacho que está trayendo las maletas:

-  - No puede colocar ese equipaje allí, porque estorba la salida de los que terminan el chequeo.

El muchacho le responde con tono entre la sorpresa y la pedantería:
-       
- Es que son doce maletas- como si esto explicara que su bienestar y sus bienes están por encima de normas esenciales para el buen funcionamiento de un lugar público muy transitado.

El funcionario le replica:
-         -Sí, pero ese equipaje no puede estar ahí.

Casi con sorpresa, con indignación de que el  funcionario no entienda la necesidad de colocar esos bultos allí donde estorba al resto, pero le favorece en lo personal insiste con lo que parece un argumento irrebatible:
-        
-¡    - Es que son doce maletas!

Es la actitud de muchos venezolanos especialmente cuando están fuera de sus fronteras. Acostumbrados a convertir sus excepciones en reglas solo aplicables a su provecho. No entender que una regla de convivencia le aplica a todos por igual, convencer que ellos sí tienen derecho de abusar, que el volumen de equipaje que enrostra su posición económica le hace digno de un trato preferencial y excluyente. Tenemos en nuestra configuración la creencia de que las reglas se pueden manejar, suavizar para adecuarlas a intereses personales. Después muchos venezolanos se extrañan que nos vean como seres despreciables y hasta disfruten nuestros infortunios. Que son muchos.

Por las circunstancias históricas y sociales que hemos vivido y que deberían ser objeto de estudio para entender la particular forma de comportamiento del venezolano, hemos asimilado que las normas (legales, morales, de convivencia) solo aplican si nos benefician. Si se interponen (así sea para beneficio colectivo) es justificable buscar la manera de que se aplique la excepción. Así carezca de toda justificación para el caso concreto. Con esa forma de ver el mundo, no extraña que la corrupción y la degradación imperen.
 
En Venezuela, sobornar a un funcionario es una regla de acción. Una regla de vida. A tal punto que muchos funcionarios entienden que si no hay pago, no hay trato. Y esto se ha institucionalizado. Si alguien en Venezuela pasa un semáforo en luz roja y es pillado por un policía, este le plantea un trato: “Le puedo poner una multa, pero si me paga XX, lo dejo ir y sin multa”. Nadie dice “Dame la multa”. En el fondo, en este sistema de corrupción y extorsión, donde el funcionario se ha “empoderado” gracias a este sistema que hemos alimentado por décadas, es preferible pagar para evitar entrar en un castillo kafkiano.

Jesús López Cegarra

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