domingo, agosto 21, 2022

Los restos del día. Kazuo Ishiguro (1954)


Aunque es lugar común hablar de la importancia social e individual del trabajo, no todo trabajo es igual. En las legislaciones, una persona que debe picar piedra todo el día hace una labor equivalente a una que está detrás de un escritorio tras una computadora. Socialmente también hay trabajos que, conforme a la percepción general, pueden dar un mayor o menor prestigio. Generalmente, las labores manuales son de menor consideración, a pesar de que la mayoría son de gran utilidad para la mayoría.

Entre los trabajos que generalmente son útiles y no gozan de gran aprecio son los relacionados con el servicio doméstico, a pesar de que muchas de quienes ejercen estas tareas están en contacto con una parte de nosotros que los demás no conocen: nuestros hábitos, nuestras intimidades y hasta nuestros secretos.

Sin embargo, y partiendo de la novela “Los Restos del día” (The remains of the day) del escritor Kazuo Ishiguro, vemos que el “mayordomo”, no solo es una creación inglesa (no se dejen engañar por el apellido del autor, es un escritor de habla inglesa por derecho propio), que hasta tiene su propia institución para definirlo y reglamentarlo: la “Hayes Society”. 

Los criterios para calificar como “mayordomo” son a la vez elitistas y ambiguos. Piden que el aspirante a esta sociedad esté vinculado a una “casa distinguida” y además “posea la dignidad propia de su condición”. Mr. Stevens, como narrador de la historia y mayordomo, se toma un tiempo otorgado por su nuevo amo, el americano Mr. Farraday para viajar por su país y repasar su obra y en cierto sentido meditar sobre ese concepto tan etéreo: la dignidad.

Por muchos años, Stevens sirvió a una de las familias de mayor prestigio de Inglaterra, la familia Darlington, en particular con Lord Darlington. Stevens asume que su papel de mayordomo es una misión de apoyo a otra de mayor alcance y por tanto requiere de su mayor atención y compromiso. Lord Darlington aspira ser un factor determinante y decisivo en buscar paz y entendimiento en los complicados años previos a la Segunda Guerra Mundial.

“Los restos del día” es el testamento de Stevens,  en cierto sentido justificando su vida y lo que significó ser Mayordomo al servicio de una las familias de mayor tradición en su país. Su motivación esencial era ser un sirviente eficiente y que todo el engranaje del cual el era pieza fundamental funcionara de manera fluida, satisfaciendo los valiosos propósitos de su amo Lord Darlington.

Son tiempos en que Europa busca a toda costa evitar una guerra de amplias proporciones. Darlington es de la opinión que las duras sanciones a Alemania después de la primera guerra mundial, no solo la están afectando económicamente, sino que otros países, especialmente Francia no dan concesiones para aligerar la dura carga que lleva Alemania, mientras EE. UU. se mantiene en una posición más pragmática, solo por el interés de recuperar los costos que asumió en la conflagración.

Darlington tiene claras simpatías hacia Alemania y hacia el régimen que por ese entonces gobernaba. De manera inicialmente disimulada pero más adelante más evidente, se puede ver como este, más que un factor de simpatía hacia Alemania, es más un instrumento con el que se busca influir en las decisiones del gobierno inglés para favorecer las aspiraciones de dominación alemanas, todo disfrazado de lo que parece un bien mayor: La paz.

Stevens filosofa sobre la importancia tras bastidores de su trabajo. En la medida que todo funcione intachablemente en la casa mientras tienen lugar la serie de conferencias que Darlington patrocina, ese bien superior que se busca puede ser logrado. Stevens asume que su amo es un hombre bien intencionado, que sabe lo que hace y que la labor mesiánica que adelanta tiene sentido y su contribución es apoyarlo trabajando de manera incansable en las labores domésticas. 

El lado oscuro de su reflexiones es que Stevens asume su papel de manera acrítica. Cuando su amo le pide despedir a los integrantes de la servidumbre que fueran de origen judío, Stevens, a pesar de que en su fuero interno no coincidía con su amo, ejecuta la orden. La única justificación de Darlington era que la presencia de personal judío podía incomodar a alguno de los invitados que frecuentaban la casa.

Esta acción odiosa es cuestionada por Miss Kenton, la ama de casa y principal colaboradora de las labores en la mansión, otro personaje de gran peso e importancia en el desarrollo de la novela.

En la novela además, aunque no se manifieste de manera evidente, hay también una historia de amor frustrada. Stevens y Miss Kenton logran sobrevivir sus diferencias porque hay una atracción mutua que ocultan bajo las formalidades del trabajo. Miss Kenton cuestiona de manera dura la forma de proceder de Stevens, y Stevens resiste los cuestionamientos. Los ataques de ella y la tolerancia del otro no son más que un amor disimulado que nunca logra manifestarse por la manera ciega en que Stevens ejecuta sus funciones de mayordomo intachable.

Porque Stevens nunca se para a pensar, a criticar, a debatir con su amo las decisiones de su amo, aun cuando su consciencia le pudiera decir lo equivocada que eran algunas órdenes. Su tranquilidad se basaba en ejecutar sin preguntar y en su percepción de pertenecer a la casta de mayordomos dignos, no en un sentido moral y humano, sino en la que dictaba la “Hayes Society”. 

Los restos del día es probablemente la obra que le dio mayor proyección a Ishiguro, la acompañó  una versión cinematográfica protagonizada por Anthony Hopkins y Emma Thompson. La novela en sí misma tiene un gran valor artístico: a pesar de ser narrada desde la perspectiva de un ser tan unidimensional y frustrante como Stevens, quien sirve sin discusión a un personaje despreciable, contrario a los valores que la verdadera dignidad representa, su historia y sus tribulaciones logran captar el interés del lector. Su visión del mundo logra cuestionarnos: no se puede ser ajeno al dolor y sufrimiento de otros y nos muestra a Miss Kenton como la contraparte que quiere sacudir esa visión mojigata en sus propios cimientos, tanto en lo personal, en lo profesional como en lo afectivo.

Jesus Lopez Cegarra

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