En Venezuela es de buen gusto ser un orador que improvisa. Levantarse al llamado, ir al podio y soltar, con cierta coherencia, el discurso sobre cualquier tema. La ventaja, en la mayoría de las veces es que el público probablemente sea un poco más ignorante que el orador. Lo recomendable en ese momento es hablar sin frenar, usando palabras que suenen a elocuencia.
Y no parar de hablar, usando palabras lustrosas,
sin importar que el discurso sea hueco.
Hay que proferir algo grandioso. Especialmente alguna
aguda ocurrencia que mueva a la audiencia, eso realmente ayuda.
No hay que olvidar la predisposición natural a
las palabras rudas. Aunque en mi caso, me gusta aplicarlas si se da el momento.
Pero si alguien sale con un “carajo”; un “coño” sin prevenir al público de su
necesario uso, será tomado como un signo de descortesía, de innecesaria hostilidad
y será tomado como un signo de limitación intelectual.
En nuestro entorno se oye soltar mucho “marico”,
“coño” como expresiones corrientes, pero son más como un relleno, como una
frase que se repite por hábito. Generalmente buscan ocultar vaciedad de ideas.
Algunos “odiadores” ven esas expresiones como
parte del discurso vacío de los hablantes.
Al hablar de “odiadores”, más de uno lo asocia
a la palabra inglesa “hater”, que hoy en día es más usada que su equivalente en
español. Pero ese es otro tema para otra conversación.
Es uso excesivo de anglicismos, generalmente
equivalen a la ignorancia de nuestra lengua.
Vale decir que ambos idiomas son hermosos en su
propio derecho.