sábado, abril 25, 2020

La conjura de los necios (John Kennedy Toole 1937-1969)



Que una novela se llame “La conjura de los necios” (“A confederacy  of Dunces”, título original en inglés) ya es suficiente para atrapar el interés de algún curioso lector. Es casi imposible que una obra de ficción bajo ese nombre no esté a la altura de las expectativas que genera. La presentación del libro hecha por Walker Percy no es menos sugestiva: una madre tozuda busca a alguien de prestigio académico para que consiga un editor que se arriesgue a publicar el libro de su hijo muerto por voluntad propia. La única declaración del valor literario de esa novela es la palabra de la propia madre.

Es harto decir que esa novela, escrita por John Kennedy Toole no solo era una gran obra, sino que se convirtió en un verdadero éxito, premiada incluso con el prestigioso  Pulitzer en 1981. “La conjura de los necios”, en mi poca calificada experticia literaria, es casi una obra maestra. Y el adverbio “casi” no tiene nada de peyorativo, sino más bien de sorpresa: que un muchacho de unos veintitantos años haya escrito algo que se acercó tanto a una verdadera obra maestra es de por sí impactante. Solo en dos o tres pasajes vi algo de cierta inmadurez (insisto, no en sentido peyorativo, sino lo contrario, de admiración), pero la novela como un todo es algo maravilloso de leer y me siento afortunado de su lectura en estos tiempos de COVID19.

Una de las grandes virtudes de la novela es su manejo del humor. Un humor agudo, negro e inteligente. Y la creación de uno de los personajes de ficción más definido e inteligentes de la literatura moderna, pero no por inteligente sea un modelo a seguir: se trata de un hombre realmente complejo, Ignatius Reilly, pantagruélico con pretensiones quijotescas con un sentido de la justicia presonal y distorsionado: una aparente lucha contra el mal, más influenciado por lecturas mal digeridas y frustración sexual que por altruismo.

Reilly es un tipo grueso, de vestimenta estrafalaria que incluye un raro sombrero que lo hace reconocible a terceros. Siendo ya un tipo mayor y con título universitario sigue viviendo con su madre en una relación enfermiza de dependencia mutua. A su vez Reilly mantiene una rara relación epistolar con Myrna Minkoff a quien detesta porque la ve como un ejemplo de libertinaje sexual aun cuando en el pasado tuvieron una improbable una relación romántica. 

Reilly no trabaja y su madre lo mantiene, pero por obra de un accidente de tránsito que ella ocasiona, los daños económicos son tan altos que la madre obliga a su hijo a trabajar, a pesar de que él siente que su obra intelectual, -unos escritos delirantes que combina filosofía con mojigatería, (“Me niego a ¨mirar hacia arriba¨. El optimismo me da náuseas. Es perverso. La posición propia del hombre en el universo, desde la Caída, ha sido la de la miseria y el dolor.”)- requieren de su completa atención. Pero donde va, busca imponer su trastornada visión del mundo y enredarse con personajes barriobajeros que complican aun más su existencia y la de su madre.

Reilly, por lo que se conoce, tiene mucho de su autor. Un hombre de una gran cultura y formación académica que además tenía una relación amor-odio con su madre. Pero Reilly va mucho más allá. Es un ser complejo que pretende arreglar el mundo según su visión desequilibrada por  frustraciones y represiones, algunas exteriorizadas en escritos pseudo-moralistas, que lo ubican temporalmente más en la Edad Media que en el moderno siglo XX. Su energía sexual mal canalizada lo hacen un sociópata con delirios de grandeza, rasgos mitómanos acompañados por un apetito voraz e incontenible. Y a pesar de esta fisonomía que lo acercan a un ser monstruoso… Toole logra magistralmente arrancarnos unas cuantas carcajadas de sus aventuras por el mundo.

Jesús López Cegarra

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