La novela-ensayo del checo
Milan Kundera “La Inmortalidad” es
una invitación a reflexionar la trascendencia temporal del
hombre.
Hay seres cuya inmortalidad
es indiscutible. Estos son los que pertenecen a lo que Kundera la llama la
“Gran inmortalidad”. Esta esencialmente consiste en el recuerdo del hombre en
la mente de aquellos que no conoció personalmente. De ella son ejemplo Goethe,
Beethoven y Napoleón. Esta contrasta con la “pequeña inmortalidad”, la cual se
limita al recuerdo del hombre en la mente de quienes lo conocieron. Pero
también existe otro tipo de inmortalidad, una a la que ninguno de nosotros
quisiera pertenecer: la “Inmortalidad Ridícula”.
Kundera nos presenta cuatro
ejemplos de esta última. Christiane, la mujer de Goethe, en una discusión
Bettina Brentano, fue llamada por esta (en ese momento y para la eternidad)
morcilla gorda que muerde. Jimmy Carter invita a los medios de comunicación
para demostrar la fortaleza y la juventud del presidente del gran imperio. Sin
embargo, sufre un ligero ataque al corazón y allí están las cámaras de la
televisión que “…en lugar de un atleta
pletórico de salud, tuvieron que exhibir a un hombre envejecido que tiene mala
suerte...”. Tycho Brahe, un gran
astrónomo, quien, por razones de pudor, se le estalló la vejiga en una cena de
gala, y el novelista Robert Musil, quien murió levantando pesas, injusto
destino para esto dos últimos que al menos dejaron una obra trascendente.
Jesus Lopez Cegarra