Las sociedades humanas generalmente desarrollan
creencias y conductas con el fin de preservar la convivencia. Algunas son de
obligatorio cumplimiento, cuando están codificadas en leyes, y otras solo
pueden ser cumplidas por convicción propia, aunque en muchas ocasiones, la presión social
puede ser determinante para adoptarlas como si fueran de ineludible observancia.
Algunos de esos esquemas se relacionan con
actos que realmente ofenden a la sociedad o a sus integrantes. El más universal
es el de no matar a otro ser humano, a menos que haya un motivo muy
justificado, como la legítima defensa: ante una situación en que se
ve comprometida la integridad física de una persona, es justificable usar la
fuerza para repeler una agresión, de ser necesario acabando la vida de quien ataca.
Sin embargo, existen otras de creencias que aun
cuando no afectan la vida social, son toleradas hasta cierto punto. Pensemos en
la creencia en un ser superior creador de todo, que es en gran medida impuesta
por la sociedad. Quienes no comparten esa visión son vistos como una
especie de seres inmorales, capaces de las peores acciones y dueños de vidas
disolutas y perversas.
“El
Extranjero” de Albert Camus, es una novela que nos pone frente a como somos
juzgados por la sociedad. Como acciones aparentemente intrascendentes para el
individuo puede tener una resonancia en la vida social y en la forma como los
demás nos aprecian.
Meursault, es el personaje principal de la novela y quien
nos va contando los hechos que van desde la muerte de su madre hasta la espera de su ejecución de pena de muerte. Desde el principio se nos revela
como alguien a quien le es indiferente el dolor ajeno de una mujer apaleada,
pero que por otro lado es capaz de prestarse a una coartada manipulando la
declaración ante la policía, para ayudar a su amigo Raimundo, quien fue quien le
dio los golpes a esa mujer. Sin embargo, actua con la convicción de que
ayuda a un amigo, sino que es resultado de una completa abulia, una
carencia total de empatía hacia la víctima.
En un episodio algo confuso, y para evitar que
su amigo Raimundo fuera agredido por unos árabes, Meursault descarga
completamente un arma de fuego y da muerte a uno de ellos. Lo que en principio
podía ser una legítima defensa se va desdibujando. Después de los primeros
disparos, Meursault buscaba dar muerte a una persona que ya no oponía
resistencia.
Meursault es llevado a juicio. Su defensor se muestra confiado en que o bien saldría en libertad, o la sentencia
sería leve. Sin embargo, el proceso toma un giro inesperado, porque a Meursault, aunque en apariencia se le juzga por dar muerte a una persona, el razonamiento
del acusador es que la culpabilidad está demostrada por la completa indiferencia
y frialdad que mostró Meursault ante la muerte de su madre. Un hombre así, que
no alberga sentimientos hacia el ser que le dio la vida, que anida sentimientos contrarios a la religión y que le muestran como un ser
indiferente no puede ser inocente del crimen.
Son llamados como testigos los compañeros de su
madre en el asilo de ancianos. Todos ratifican su desamor filial. Sale
a relucir que, a su vuelta del funeral, lejos de mantener un comportamiento
acorde con la enorme pérdida sufrida, va con su novia María al cine
a ver una comedia para luego irse tranquilo con ella a su apartamento.
Comportamientos ajenos a lo que dictan las convenciones sociales. Incluso, el
hecho de que hubiera internado a su madre en el asilo, aunque Meursault carecía
de medios para mantenerla, es también un agravante.
Meursault se conduce en todo momento en una línea difusa entre la sociopatía y la entera libertad absoluta de pensamiento; entre lo que puede considerarse lícito y el nihilismo
destructivo, que puede convertirse en un peligro social, sea por el ejemplo o
sea por las acciones.
¿Cuándo se es injusto o cuándo es mejor que la sociedad sea implacable con quienes así actúan? ¿Dónde trazamos el límite donde acaba la tolerancia?, pero también, ¿podemos juzgar y condenar a alguien porque sospechamos que es un potencial peligro para la sociedad?
¿Cuándo se es injusto o cuándo es mejor que la sociedad sea implacable con quienes así actúan? ¿Dónde trazamos el límite donde acaba la tolerancia?, pero también, ¿podemos juzgar y condenar a alguien porque sospechamos que es un potencial peligro para la sociedad?
La libertad es la aspiración máxima del hombre.
Contradictoriamente, la libertad absoluta solo beneficia a los más fuertes y
lleva a la injusticia y al estado más bárbaro, incompatible con la vida social
en armonía. Se requieren de ciertas barreras y límites que contengan los
impulsos primitivos, que, aunque restrinjan o puedan ser en ocasiones
incómodas, pues nos otorgan el suficiente espacio para desarrollarnos en paz.
Jesús López Cegarra