martes, mayo 04, 2010

Deuda con Rómulo Gallegos


Para cualquier venezolano, el nombre de Rómulo Gallegos despierta algo de la identidad que anhelamos. Sus novelas se desarrollan y describen los parajes más consubstanciados con la nuestra nacionalidad y algunos de sus personajes están dotados de las cualidades que deseamos (un Santos Luzardo, por ejemplo), aunque en sus páginas también habitan otros más semejantes a nuestra verdadera forma de ser, como el inefable Mujiquita. En el pasado, las participantes en los concursos de belleza mencionaban a Gallegos como la lectura daba a entender que estaban allí no sólo por su belleza, sino por tener una amplia cultura general. Hoy en día, otro de sus personajes resuena por razones políticas: el antipático “Mr. Danger”.

En mi caso, Rómulo Gallegos está ligado al encuentro con la literatura: fue a través de este autor que entendí y comprendí el valor de la ficción, de la imaginación, de la lectura como placer. En definitiva, como una manera de entender al mundo, viéndolo desde uno paralelo, distinto, finito (visto desde la perspectiva de la obra que estamos leyendo), pero infinito en cuanto a sus posibilidades.

Fue un particular maestro de enseñanza primaria de sexto grado, preocupado por lo que él consideraba nuestra “pérdida de identidad” por preferir modas y usos extranjeros (especialmente los que provenían del “imperio norteamericano”) que nos constreñía a leer la novela más famosa de Gallegos: “Doña Bárbara”. Esto con el fin de encontrar allí las raices de la “venezolaneidad” y el verdadero camino al desarrollo y a la prosperidad.

Más adelante, cuando cursaba el tercer año de la educación media, nos tocó de nuevo leer otra novela de Rómulo Gallegos, a cambio de una calificación en “Castellano y Literatura”: “La Trepadora”. Era ésta la manera de que encontráramos gusto por los libros: a la fuerza. Un ejercicio que con el tiempo encontré, por decir lo menos contraproducente, cuando no hipócrita: a la larga nadie se terminaba interesando por la literatura. La mayoría prefería, o bien aprenderse algún resumen de memoria, o bien leerla como quien toma una medicina desagradable, o pedir a alguien que nos resumiera el mamotreto.

Por mi parte, carecía entonces de cualquier disciplina como lector, pero muy pronto el mundo subyacente en las palabras me atrapó. Hoy en día me es difícil recordar bien de que trataba la novela, pero en su momento esa lectura fue un ejercicio placentero: el poder entrar en un mundo que desconocía. Lei otras obras de Gallegos como consecuencia y de ahí en adelante fui descubriendo también otros autores que abrieron a su vez otras posibilidades: Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa, entre otros.

Unos veinte años más adelante, cuando las páginas de Gallegos eran casi un recuerdo de la adolescencia, traté de releer alguno de sus libros. Sin embargo, encontré que ya no me eran tan placenteros como en el pasado. Tal vez ya no era el lector para el tipo de obra de Gallegos. No pretendo con ello devaluar su obra, simplemente en lo personal había derivado a otro tipo de literatura.

Sin embargo hay otros aspectos de Gallegos que admiré y admiro. En la Venezuela que le tocó vivir (la del gomecismo y post-gomecismo) aparejó su vida intelectual con su vida política: probablemente haya en su obra una forma incipiente de “literatura comprometida”: el reflejo de la lucha maniquea entre la civilización y lo salvaje.

Que un escritor de su talla se adentrara en la política en un país semibárbaro era más que justificable: era probablemente la única herramienta que una persona de su sensibilidad social podía acceder para reparar los entuertos de dictaduras y caudillismos. Esto lo llevó por distintos cargos públicos, y más adelante a la Presidencia de la República con un increible 80 % de los votos populares, directos y secretos...sólo para ser echado ignominiosamente de allí y de camino al exilio. Tuvieron que pasar 10 años, una dictadura militar y un nuevo derrocamiento, para que volviera a Venezuela.

Últimamente tengo la sensación que se ha querido borrar del mapa a Gallegos: Ni siquiera sus correligionarios lo mencionan como una fuente inspiradora de civilidad. Del lado del Gobierno, la cosa no puede ser peor: un Busto del escritor que se hallaba en el Palacio de Miraflores... fue sustituido por el de un ditactorzuelo: Cipriano Castro. Cualquier comentario al respecto sobra... (http://politica.eluniversal.com/2009/04/16/pol_art_busto-de-cipriano-ca_1349328.shtml

En estos tiempos difíciles invito a las nuevas generaciones a estudiar y redescubrir a Rómulo Gallegos. Su ejemplo, tanto en lo literario como el lo político, bien pueden ser de inspiración para lo grande.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La Carta desgraciada

  Esa carta desgraciada Pu ño y letra De mi amada Gualberto Ibarreto El presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, decide ausent...