viernes, julio 29, 2016

Un escritor del siglo XX: Ernest Hemingway



Hay escritores, que para su suerte o desgracia, les atribuyen las cualidades o defectos que los personajes de sus novelas o cuentos poseen, especialmente en aquellos casos en los que el escritor recrea episodios que tienen alguna relación con sus vivencias. La literatura es un arte deleitarnos mientras vivimos otras vidas, pero no es conveniente asimilar el personaje con el autor, creyendo ciegamente que el primero es un reflejo del segundo. Aun en  textos autobiográficos y memorias, hay que apreciar cada palabra con sano escepticismo. Lo importante es el placer de la lectura.

Esto no quiere decir que la literatura sea inútil para comprende al autor y a su tiempo. Shakespeare o Cervantes probablemente sean una gran fuente interpretar los tiempos que vivieron, así como a sus contemporáneos, en su forma de pensar y apreciar su entorno.

Esta corta explicación viene a mano para hablar sobre uno de los escritores más representativos del siglo XX y  que he leído con mayor placer e interés: Ernest Hemingway. Su obra refleja la de un hombre de aventura, boxeador, cazador, amante de hermosas mujeres, viajero, bohemio, trotamundos, conocedor de la fiesta brava, pescador y notable bebedor … ¿pero era realmente así? Cuando leo sobre su vida, cuando trato de comparar el hombre con la ficción, veo un hombre inseguro sobre todo, excepto en su pasión por ser escritor.

Hemingway se inicia en el periodismo, oficio que le ayudaría en su vida aventurera, que le permitió desde muy joven estar presente en algunos de los acontecimientos que marcaron el siglo. Viajó a Europa con ocasión de la “Primera Guerra Mundial”,  como "asistente" en distintas actividades para el ejército (fue rechazado a formar parte de él por problemas físicos). Realizando actividades de poca monta, fue herido. En su convalecencia conoció a una enfermera de quien se enamoraría profundamente. De acá nacería más tarde una de sus novelas más celebradas, una historia de amor entrañable: “Adiós a las Armas” (“A farewell to arms”).

Tuvo la suerte de contar, entre otras, con la amistad de un gran escritor, Sherwood Anderson, quien lo anima a ir a Paris para que se forme como escritor. (Más tarde Hemingway escribiría una novela, “Aguas Primaverales” o “The Torrents of Spring” que buscaba parodiar y hacer escarnio de quien fuera su mentor). Hemingway parecía en ocasiones abrumado por sentimientos mezquinos. Envidiaba sórdidamente a aquellos que por alguna razón lo superaban en aquello en lo que el sentía que era mejor. Sin embargo, su talento artístico estaba por encima de estas bajezas mundanas y podía tomar esos episodios y convertirlos en gran literatura.

El París al que viaja es el de los años 20, donde coincidiría y haría amistad (y también enemistad) con un puñado de los grandes artistas y escritores del siglo. Los cafés de la ciudad serían su oficina para ir elaborando las ficciones que asombrarían al mundo literario. De estas experiencias saldría otro gran libro culminado poco antes de morir “París era una fiesta” (“A moveable feast”). 

Gertrude Stein acoge al joven Hemingway durante este periodo y le ayuda a depurar su estilo. Incluso él mismo le pide que le permita transcribir a máquina de escribir sus textos. Pero con Stein también tuvo un amargo altercado más tarde: Hemingway consideraba que la escritora no soportaba que él la hubiera superado y ahora era él quien le podía dar lecciones de cómo escribir.

Su estadía en Europa sirvió para entrar en contacto con España. Pronto el tema español se convertiría en un elemento significativo en su obra, especialmente las corridas de toros, de las que escribiría una suerte de manual sobre el tema: (Muerte en la tarde  o "Death in the afeternoon") . ¿Era Hemingway un verdadero experto en el tema? Probablemente no, pero es un libro interesante y lleno de detalles sobre el oficio del toreo así como su visión de la vida y la muerte. El tema español y el de los expatriados fue inspiración para otra gran novela: “Fiesta” (“The sun also rises”). La guerra civil española fue otro tema que lo marco, y que es el de fondo para una de sus novelas más celebradas (que en lo personal es la que menos me gusta) “Por quién doblan las campanas” (“For whom the bells tolls”).

Luego de su experiencia por Europa, vuelve a los Estados Unidos. Ya para ese entonces el éxito literario lo recompensa económicamente, y le permite una vida más holgada para dedicarse a las actividades de su gusto: pescar, cazar y viajar  por el mundo, incluso a África, lugar de donde saldrán algunas obras importantes: “Verdes Colinas de África” y dos cuentos largos: “Las nieves del Kilimanjaro” y “La feliz y corta vida de Francis Macomber”.

Cuba fue una parte importante de su vida. Allí pasaba largas temporadas y algunas de sus ficciones tendrían lugar allí. La más importante sin duda: “El viejo y el mar” ("The old man and the sea").

La Segunda Guerra Mundial comienza y Hemingway con inusual tardanza va a Europa como corresponsal de prensa. ¿Fue su participación importante? Es un misterio. Al parecer, en cada uno de estos acontecimientos bélicos, Hemingway buscaba la manera convertirse en héroe y al no lograrlo, pues simplemente exageraba sus acciones. 

Por este tiempo ya Hemingway entraba en decadencia. Algunos de sus colegas escritores que eran (o habían sido) amigos fallecen (Scott Fitzgerald, Sherwood Anderson, Gertrude Stein) y se acrecientan sus problemas de salud, asociados a su estilo de vida exagerado y disipado.

Ya sus ficciones no tienen la fuerza de sus primeras obras. Hacia 1948 publica una novela titulada “Al otro lado del río y entre los árboles” (“Across the river and into the trees”). La obra fue destrozada por la crítica de manera implacable. Es una historia de amor de un hombre mayor y una joven mujer. En lo personal, aunque no se trata de lo mejor del autor, me gusta porque es un libro que sabe despertar esos sentimientos de nostalgia de la vitalidad perdida y el amor imposible.

A pesar de esa decadencia inexorable, Hemingway logra sacar de lo más profundo de sus entrañas uno de los relatos literarios más conmovedores del siglo XX: “El viejo y el Mar”. Esta novela es nada más y nada menos que la épica del hombre que sin otro recurso que su voluntad, enfrenta todas las adversidades, y triunfa ... momentáneamente pues el infortunio regresa a jugar una mala pasada, pero a pesar de todo, Santiago (el protagonista) sabe que la vida es  esa lucha eterna y que al día siguiente hay que emprenderla nuevamente.

Un “Segundo aire” tomó Hemingway con esta obra. Le devolvió a su sitial de uno de los grandes de la literatura, al punto que es galardonado con el Premio Pulitzer y el Nobel de Literatura. Sin embargo, la desdicha estaba cercana, disfrazada de un viaje a África, donde sufrió dos accidentes aéreos, el segundo de ellos muy grave, afectando enormemente en su estado físico, ya comprometido con otros problemas (sobrepeso, diabetes, alta presión arterial). Su habitual ingesta alcohólica ya no la realiza como ejercicio de placer, sino como una manera de hacer tolerable sus dolores y penas, pues también su salud mental estaba comprometida por la depresión.

Está agotado física y mentalmente, pero con un último esfuerzo logra juntar las memorias de esos años en que era feliz y termina “París era una fiesta”. Y con un rifle se dispara en la boca para acabar con su vida.

Hemingway deja dos legados importantes: uno el retrato casi mítico del hombre de acción, el retrato de un anti intelectual, que disfruta las faenas y actividades al aire libre, del hombre realmente libre y sin ataduras, del espectáculo de la vida y la muerte. Pero por otro, una obra literaria construida con precisión en cada palabra, cada imagen, en cada dialogo. Pero esa aparente sencillez solo era lograda gracias al esfuerzo y al trabajo cuidadoso y casi penoso del arte de escribir.

Jesús López Cegarra

domingo, julio 17, 2016

El animal en nosotros



I.                    El Zoológico

Hoy en día, la tecnología en manos de las personas, permiten registrar con imágenes y sonidos, desde acontecimientos noticiosos, hasta lo más corriente que puede realizar cualquier ciudadano. Pero además de eso, tenemos las “Redes sociales” que potencialmente permiten la difusión masiva de lo que queda grabado en cualquier dispositivo. No todo llega a captar el interés general, pero algunos videos pueden tener un impacto importante por distintas razones.

Hubo dos casos que tuvieron un impacto y en lo particular me llevaron a realizarme algunos planteamientos sobre la naturaleza humana. El primero ocurrió en el Zoológico de Cincinnati, EUA, donde un niño logra entrar a la jaula de los gorilas. Uno de ellos toma al niño y lo comienza a arrastrar por un foso con agua. Cualquiera puede imaginarse la fuerza de un gorila. Ni el hombre más fuerte tiene chance alguno contra un animal adulto como este. Por lo poco que se puede apreciar del video, estábamos frente a una situación de “vida o muerte” y las autoridades del zoológico decidieron matar al gorila para poder rescatar al niño.

Las imágenes causaron conmoción general y un gran debate sobre el tema. La pregunta de rigor era ¿Se justificaba la muerte del Gorila? ¿No era más pertinente sedarlo y así salvar la vida del niño y del animal? Por supuesto estas preguntas vinieron formuladas en distintos tonos, desde los más reflexivos hasta los más cargados de odio. No fueron pocos los que se pusieron del lado del animal, es decir, frente a la situación de peligro de un niño, la apuesta debía ser a favor del gorila.

En Chile ocurrió un tema con algunas similitudes a las de Cincinnati, pero también con enormes diferencias. Un suicida de 20 años entró a la jaula de los leones en un zoológico ubicado en Santiago. El joven, seguramente perturbado mentalmente, quería suicidarse. Los leones al principio estaban jugando con la persona, pero luego lo atacaron, lo que significó que dos de los animales fueran abatidos. En este caso, un grupo de gente se inclinaba a que no se justificaba el sacrificio de los animales, y que el joven perturbado debió dejarse a su suerte.

En estos dos casos, la pregunta que deberíamos hacernos, al menos como un ejercicio de comprensión de toda esta situación es ¿Qué hubiera pasado si el gorila o los leones hubieran podido matar a estas personas? ¿Qué discusión hubiera surgido: que se actuó muy tarde… o qué bien que ocurrió, pues ellos se lo buscaron?

Se trata de un tema complejo, pero la discusión no debería ser que a estas dos personas se les debió dejar a su suerte. La decisión de sacrificar la vida de los animales para salvar la vida de ambos fue la correcta. Sin embargo, la variedad de respuestas sobre estos dos hechos son muy reveladoras: desde los que simplemente piensan que se pudo actuar de una manera distinta (a favor de ambas partes), los que piden “justicia” por las muertes, o los que la vida de los humanos era “justificable, por decirlo de la manera más eufemística posible.

Las preguntas que deberíamos hacernos son otras: ¿Se justifica la figura del Zoológico en la sociedad actual? ¿Se justifica destruir el hábitat natural de los animales?, pero sobre todo, ¿Dónde queda el derecho a la vida de todos los seres humanos?

II.                  El Torero en la arena

Otro caso también complejo de esta relación entre humanos y animales son las corridas de toros. Es un espectáculo artístico y hermoso para algunos, cruel y barbárico para otros, cuyos orígenes son tan antiguos como la historia del hombre. Aunque es una actividad que aun goza de cierta popularidad en algunos países, son cada vez más los grupos que presionan por que las corridas sean eliminadas por la crueldad animal que significan.

\Los toros que se usan en las corridas gozan de características particulares. Son desarrollados y seleccionados por ciertas cualidades y atributos que los hacen adecuados para esa actividad. No viven en la naturaleza de manera salvaje, sino criados de manera cuidadosa y especial por personas y empresas que se dedican a proporcionarlos para esa actividad.

¿Deben ser prohibidas las corridas de toro? Posiblemente ocurra en el futuro. En mi juventud asistí a corridas como parte de la “diversión” con amigos. Era una excusa para la juerga y beber. Desde hace tiempo hasta la fecha, no se me ocurre ir a una corrida, pues no le veo sentido a un espectáculo cruel y sangriento. Pero no soy un partidario de su eliminación. Las corridas forman parte de nuestra cultura, nos guste o no, y en lo particular, prefiero que desaparezca de forma natural, como ocurre con algunos seres en la naturaleza cuando cambian las condiciones del ambiente. Una evolución del ser humano que eleve su espíritu sería un entorno propicio para que no haya más corridas. Y también desaparecerán los toros de lidia, porque estos son criados y modificados artificialmente por el hombre para esta actividad. Desaparecido el incentivo que justifica su crianza, nadie se ocupará de mantenerlos. O probablemente queden confinados a un zoológico como una rareza.

Pero hay grupos y personas a favor de los “derechos de los animales” que tienen la tendencia a comportarse como histéricos fundamentalistas que se creen dueños de la verdad. Toman la internet y las redes sociales para alegrarse de la muerte del joven torero Víctor Barrio, felicitando al toro y afirmando si supieran que en cada corrida hay un torero muerto, con gusto pagarían por asistir. Ni la atribulada viuda quedo exenta de la perfidia insidiosa de los “odiadores” (haters) a quien incluían en los comentarios enviados por Twitter.

¿Se consideran estas personas más cultas y elevadas que el resto del mundo con esta actitud tan baja? Al menos el torero dedica su esfuerzo y destreza contra un animal (al que seguramente ni siquiera le tenía  animadversión) en la ejecución de un oficio que algunos lo consideran detestable. Que alguien realice una actividad que no es de nuestro agrado, no es justificación para desearle y alegrarse por la muerte de un ser humano.

Estas manifestaciones de desprecio por un ser humano, un niño, un enajenado mental o un torero dicen mucho de nuestra condición humana. 

Jesús López Cegarra

lunes, julio 04, 2016

Reflexiones sobre política (y anti-política)

Días atrás conversaba con un buen amigo, (un profesional del derecho, exitoso en su ejercicio y en la docencia), que siempre anheló incursionar en la política, desde adolescente. En cierta manera lo hizo en los años de bachillerato y en la Universidad, pero él se refería más a la Política con mayúscula. La Política de las grandes decisiones. Pero esa política requiere una ocupación entera, una devoción entera de la cual se deja de lado o en un plano secundario cualquier otra aspiración o interés.


Cuando era adolescente, también soñaba con la política. Lo veía como una forma de servicio público. Aspiraba ser nada más y nada menos que Presidente, para poder acabar con los problemas del país, básicamente aplicando lo que parecía mejor de otras experiencias en el mundo. Y mi visión en la política tenía su componente ego centrista: era “yo” quien lograba resolver todos los problemas, pues las soluciones venían de la aplicación sin condicionamientos de las órdenes impartidas... Sin embargo nunca tuve esa madera para dedicarme en cuerpo y alma a esa actividad. Con el tiempo comprendí que la política (con minúscula o con mayúscula) tiene que ver más con sentimientos y pasiones lejanos a la razón y el entendimiento. Por ello no siempre los mejores son los que triunfan en política.


A la política hoy día la veo como una actividad penosa, en las varias acepciones que se le pueden dar a esa palabra:


Es trabajosa, supone una gran dificultad: requiere una dedicación casi exclusiva. No es una profesión que resulte beneficiosa económicamente. Que veamos políticos llevando una estilo de vida de millonarios no significa que sea lucrativa. Demanda mucho trabajo no remunerado que probablemente haya que ejecutarlo en el tiempo libre. Los ascensos provienen más del azar, de las relaciones que se tenga con personas influyentes que del esfuerzo.


También es capaz de causar pena. Puede provenir de una derrota (que son comunes en la política) o de decisiones desacertadas (apoyar a un candidato que pierde, perder el favor del electorado por una mala gestión o incluso por tomar decisiones necesarias pero impopulares). Pero también lo que se llama pena ajena, es decir, cuando no quisiéramos estar en los zapatos de otra persona que está pasando o realizando algo realmente embarazoso. En estas últimas elecciones en el Perú, veía como un hombre serio, con muchísimo dinero y quien a todas luces no necesita de la política como es “PPK” (Pedro Pablo Kuczynski), bailando, abrazando gente, tratando de ser simpático, actos que se le ven ajenos y que solo buscan ganar el favor del voto popular.


Adicionalmente, la política como profesión es la más denostada, la más criticada. Muchos de los cuestionamientos son comprensibles. Otros tantos justificados. La política, sobre todo la electoral, busca despertar pasiones internas, atávicas, irracionales. Pero una vez en el poder, las decisiones que deben tomarse no siempre corresponden con el ánimo del votante, del partidario, del simpatizante. Y cuando se van tomando malas decisiones, cuando desde el Poder no se resuelven problemas, se va generando y acumulando un descontento, que luego es capitalizado por sectores o grupos que basan su propuesta en la “anti-política” (que es un sentimiento generalizado de que los actores políticos a cargo son incapaces y hay que sacarlos del juego), proponiendo a veces de manera abierta, a veces de manera velada que la política es algo sucio, un “pecado original” que solo puede ser suprimido por un bautismo propuesto por ellos. Lo contradictorio es que hacen “Política” basada en la promesa de liberación de todo lo que tenga que ver con ella. Y pueden llegar al Poder, han llegado al poder y seguirán llegando al Poder.


En Latinoamérica desde los años 90 se han dado varios casos, el más emblemático tal vez el liderado por Alberto Fujimori, quien en algún momento disolvió el Poder Legislativo y junto con los militares dio un golpe de estado. Esto fue conocido como el “Fujimorazo”, que vino a significar un desconocimiento de las Instituciones, para depurarlas y comenzar de nuevo. En Venezuela, la llegada de Hugo Chávez también se fundamentó en ese sentimiento de “anti-política”.
 
Esta retórica “anti-política” los hace poco propensos a negociar (una herramienta fundamental para la política), a buscar entendimientos, lo que genera polarización y autoritarismo. La experiencia demuestra que estos movimientos terminan cometiendo los mismos errores y abusos que sus antecesores, porque se sustentan en el maniqueísmo: convierten cualquier disidencia o crítica en obra de quienes anhelan volver al pasado horrible y aterrador de corrupción y arbitrariedad.

Jesús López Cegarra

La Carta desgraciada

  Esa carta desgraciada Pu ño y letra De mi amada Gualberto Ibarreto El presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, decide ausent...