jueves, enero 10, 2013

Cine y Literatura: Cuando las versiones no coinciden

Cuando una obra escrita (una novela, un cuento) es llevada al cine, siempre habrá discusiones sobre si el director pudo captar la esencia de la obra impresa. No es extraño que en ciertos casos, el director se tome algunas libertades generadas de su propia interpretación de la obra o para su adecuación a un formato distinto.

La obra escrita y la cinematográfica son formas de expresión diferentes. Cada una con ventajas y limitaciones. En un libro, el autor puede extenderse en describir situaciones, detalles, lo que piensan los personajes, paisajes, ambientes…. No obstante cuenta con alguna restricciones, porque no puede utilizar el sonido y las imágenes. Hay que entender que la vista es un sentido esencial para entender lo que nos rodea. El cine, por el contrario, sí cuenta con imágenes y sonido, pero es casi imposible en fijarse de manera pormenorizada en detalles, porque el tiempo del espectador es limitado: no lo podemos retener por mucho tiempo. (Hace poco escuchaba un reportaje en la BBC, en el que se discutía como últimamente el tiempo de duración de las películas se estaba prolongando cada vez más.

Una de las explicaciones que sugirió es que con las nuevas imágenes digitales más realistas, se usa mucho de ese material en la producción). No todos los libros buenos son llevados al cine. Algunos adefesios literarios generan un engendro cinematográfico. Un solo ejemplo es más que ilustrativo: “El Código Da Vinci”. No vale la pena entrar en mayores detalles. Hay excelentes obras literarias con buenas, regulares y malas contrapartidas en el cine. Hay experimentos interesantes, como “Romeo+Julieta” de Baz Luhrmann. O versiones cinematográficas bastante fieles, como la trilogía de “El señor de los Anillos” de Peter Jackson, a pesar de ciertas licencias que el director se tomó, seguramente para ganar tiempo, pues las películas son ya de por sí bastante extensas. Por supuesto cualquier lista sobre este tema será incompleta y en algunos casos injusta.

Por los momentos haré referencia a una gran novela, “El largo adiós”, de Raymond Chandler y la versión al cine de un gran director, Robert Altman. Sobre la novela de Chandler son los elogios los que sobran. “El Largo adiós” es sin duda su obra más lograda y donde queda mejor definido su gran personaje: el detective privado Phillip Marlowe. Un personaje sarcástico, amargado y con un código moral propio sobre al que se apega estrictamente. La película de Altman, aunque lleva el mismo título y el personaje principal se llama igual, los hechos narrados apenas evocan lo que realmente se desarrolla en la novela de Chandler.

No entro en mayores detalles para no desalentar a quien se quiera apreciarlas a ambas, pero llamo la atención sobre un detalle: En el libro hay (al menos… el lector entenderá el por qué hay varias muertes y suicidios. Pero en el suicidio de Roger Wade (el escritor), Altman dedidió cambiar un disparo por arma de fuego, por un chapuzón en el mar que le ocasionó la muerte… Lo peor es que esa muerte mediante un arma de fuego es una pieza importante para entender ciertos comportamientos y hechos esenciales de la trama de la novela. Pero este no es el único punto en el que Altman alteró los hechos en la novela. ¿Por qué Altman decide hacer unos cambios tan radicales? Pareciera que Altman dirigió una versión que le contaron sobre la novela, sin haberse tomado la molestia de leerla. Apenas hay cierta relación, muy vaga, entre ambas historias, pero la complejidad de la narración de Chandler. Como película tampoco fue de mi agrado. El Marlowe de Altman es una caricatura de su contraparte literaria. A veces pienso que quienes producen el cine en Estados Unidos (al menos el cine comercial) evitan algunos temas para no herir cierta “sensibilidad” en el público que pudiera tener consecuencias en la taquilla. Parecen preferir que en cualquier historia que se cuente, cierto sentido de “justicia” prevalezca, y que el “bien” triunfe sobre el “mal”. La historia de Chandler no ofrece mayores opciones para un final feliz. El caso de “El largo adiós” de Altman podría ser un ejemplo de esa hipótesis.

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