sábado, abril 27, 2024

La Carta desgraciada

 

Esa carta desgraciada

Puño y letra

De mi amada

Gualberto Ibarreto

El presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, decide ausentarse por unos días de la vida pública para decidir sobre un tema trascedente: ¿Debe o no continuar en sus funciones públicas? No es una pregunta menor.  

Su drama hamletiano comienza por una investigación judicial a su esposa, por un tema intrincado con el ejercicio del poder: la “corrupción administrativa”.

Pero sus dudas trascendentales las expone en una carta pública. El destinatario de esta misiva; “La Ciudadanía”.

La pregunta que surge en mi mente es… ¿Quién es la “Ciudadanía”? ¿Quién considera Sánchez es el receptor de esa desesperada misiva, es decir, quién es ese “ciudadano” a quien el presidente español se dirige con tanta urgencia?

Si tomamos y le damos credibilidad al “Diccionario de la Real Academia Española”, la incertidumbre no parece esclarecer. 

Buscando las acepciones de la palabra “ciudadanía” en el aludido diccionario, las dudas no se esclarecen, por el contrario, se vuelve todo más turbio, porque hay que buscar quién el receptor de ese mensaje a quien con tanta urgencia Sánchez quiere comunicarse.

Cuando se define “Ciudadanía”, el Diccionario hace referencia a la “Cualidad y derecho de ciudadano.”, es decir, la inquietud de Sánchez tiene un destinatario: el “Ciudadano”.

 Hay varias acepciones que la autoridad lingüística acepta para “Ciudadano”. Dice en primer lugar que es el “Natural o vecino de una ciudad”, acepción que no ayuda en nuestra búsqueda, porque resulta obvia. También dice, casi repitiéndose, que es el “Perteneciente o relativo a la ciudad o a los ciudadanos.” Otras acepciones que se aceptan bajo esta expresión son “Persona considerada como miembro activo de un Estado, titular de derechos políticos y sometido a sus leyes”, “Habitante libre de las ciudades antiguas” y una más confusa aún: “hombre bueno”.

 Sobre esa relacionada con los habitantes de las ciudades antiguas, hay que descartar de plano que sea el destinatario a quien Sánchez con tanta urgencia quiere comunicar sus abatimientos. Esta gente ya ni cuenta ni existe.

Todo este dilema “Sancheano” se dispara por las pretensiones de un grupo (calificado por Sánchez de “ultraderecha”) que se hace llamar “Manos limpias” al solicitar una investigación a la esposa del presidente del gobierno español, por “supuestos delitos de tráfico de influencias” y de “corrupción en los negocios”.

Sánchez, quien se considera víctima de estos ataques destemplados, insiste en que los denunciantes son de “marcada orientación derechista y ultraderechista”, por lo que, según desprende la misiva, tal condición denota un sesgo que los descalifica.

Sánchez va más allá: Dice que les ha hecho frente a todos estos insidiosos ataques, que en esencia lo que buscan es torcer la voluntad popular, o lo que él llama “el veredicto de las urnas”.

Toda su angustia y explicaciones sufren en este punto un conflicto enigmático. Al ser aplicada esta lógica en su comportamiento público, se revela una contradicción evidente: este Sánchez es el mismo que, aún sin el favor de la mayoría en votos, logra gobierno gracias a insólitas negociaciones con grupos desfavorables al concepto de una España democrática y moderna, que ruborizarían e incomodarían al “hombre bueno” que alude el Diccionario al referirse a la expresión “Ciudadano”.

La voluntaria (y temporal) ausencia de Sánchez del escrutinio público no son una buena señal para él, que se dice agotado del servicio público.  No luce lógico que un hombre que pacta con los sectores que buscan desmembrar a la España moderna quiera mostrar que siente desprendimiento del poder, que no es lo suyo y que sólo hace un sacrificio al permanecer en el poder.  

La Carta desgraciada

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