viernes, febrero 08, 2019

Relectura de Julio Cortázar (1914-1984)

Poco antes de abandonar mi país por un tiempo, estaba indeciso qué hacer con los libros que he acumulado durante décadas. Mi esposa era de la opinión de donarlos todos a alguna biblioteca. La idea no me hacía feliz, porque que todos esos libros que fui adquiriendo (descontando aquellos que “presté” y que ya sabía que no regresarían) lo fueron por alguna curiosidad o necesidad intelectual. Que terminaran apilados en algún sitio sin que algún lector curioso supiera que estaban allí era simplemente inaceptable.

En ese proceso abrí una cuenta en “Instagram” y decidí ponerlos a la venta. A precios más que razonables. Pensé que, si alguien hacía algún esfuerzo en adquirir alguno de ellos en particular, esto me hacía sentir que ese libro había encontrado un destino y un propósito. Después me enteré que como los ofrecía a un precio muy bajo, otros lo compraban para revenderlo, lo cual en el fondo no me molestaba, pues “indirectamente” se estaba sirviendo el mismo propósito.

Entre los que desenterré estaban libros de cuentos de Julio Cortázar. Algunos ya leídos, otros pendientes. A pesar de que había pasado mucho tiempo sin leerle, me daba cierta curiosidad volver puntualmente a algunos de sus textos. Cortázar es sobre todo un escritor de cuentos. Unos cuantos son pequeñas obras de arte. Con
algunos de ellos me relacionaba por muy variadas razones, por ejemplo, con “El Perseguidor”, “La continuidad de los parques”, “Grafitti” y especialmente con “Casa Tomada”. Pero el estilo algo áspero de Cortázar en ocasiones hace difícil seguirlo, aunque generalmente lo hacía (y lo hago) porque se presentan casos en que nos puede dar una sorpresa, como, por ejemplo, un inesperado viaje en el tiempo.

Cuando era un joven lector, me ocurría algo con Cortázar: Era un escritor de “moda” (quería decir de culto, pero prefiero de moda) para ciertos grupitos intelectuales y pseudointelectuales con quienes en ocasiones me relacionaba. Entonces, quería leerlo, pero para encontrar sus méritos como escritor y no por la influencia de la moda y o por estar en boga. Me asqueaba todo ese uso del mundo cortaziano para aparentar una especie de superioridad intelectual. Expresiones como Cronopio, Cronopio mayor para referirse a Cortázar me eran simplemente detestables. (Algo parecido ocurría con García Márquez. Había gente que usaba los títulos de sus cuentos o novelas para darse un aire de intelectual y parafraseaban cosas como “El presidente no tiene quien le escriba”, “El gobernador en su laberinto” …)

Su novela “Los Premios” es tal vez la que más me gusta. Combina acción, misterio detectivesco, esoterismos y psicología, sin dejar de ser una obra con las características de lo “Cortaziano”: Lo metafísico, lo fantástico enmarañado con lo cotidiano y sobre todo, una obsesión con el papel del lector en la lectura. No en vano más adelante hablaba del “lector hembra” (Pasivo) y del “lector Macho” (participativo y cómplice). Obviamente las feministas les desagradaba esta nomenclatura y el propio Cortázar tuvo que salir en su defensa.

En este proceso de redescubrimiento de Cortázar, estuve releyendo “Rayuela”. Unas décadas atrás la leí afiebrado. Ese mundo parisino con gente que se reunía a escuchar música (Jazz) y para discusiones intrascendentes sobre libros y pintores en medio de una historia de amor truncada y la tragedia me fascinaba y parecía una vida que quería imitar o emular. Hoy, con unos años encima tengo una apreciación distinta de la novela.

Pero esta segunda lectura fue un poco más lenta y llena de obstáculos. La fascinación que alguna vez me produjo ya no estaba allí, excepto en ciertos episodios con sus amigos pseudointelectuales con quienes el protagonista, Horacio Oliveira, tenía sostenía largas cacharas sobre todo y sobre nada. Eran una serie de tipos pretenciosos de quienes no saldría nada, pero disfrutaban la acumulación de tonterías intelectuales que con las que discurseaban a los demás, mientras miraban de soslayo a la Maga, una mujer normal y poco formada, que no entendía esas arengas “elevadas” pero no por eso dejaba de tener cierto encanto.

Otros pasajes como el concierto de Berthe Trepat o el de la muerte de Roncamadour están realmente logrados y son literariamente sublimes, con cargas de humor en ocasiones y de comprensión de los peores episodios de la naturaleza humana, que en sí mismos casi justifican leer las más de 500 páginas de la novela. Pero también hay momentos en que se siente que mucho de lo incluido es relleno o textos incoherentes que realmente no aportan mucho a la novela.

¿Es Rayuela una obra maestra? ¿Soportará el paso del tiempo? No sé y lo dificulto. Creo que la esencia de la novela ha envejecido y no veo forma cómo futuras generaciones se puedan conectar con una forma de ser y de vivir de un pequeño grupo de amigos intrascendentes. No es una obra que capture la esencia de un lugar y de un tiempo. Y esto no lo digo con alegría, porque Cortázar forma parte de las lecturas que en lo personal atesoro con mucho cariño.

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