sábado, marzo 17, 2018

Persona non grata: Jorge Edwards

Tal vez uno de los libros que buscaba afanosamente siendo un joven lector por los años 1980, era este de Jorge Edwards (Chile, 1931). Los intelectuales latinoamericanos de entonces lo tomaban como una lúcida expresión de lo que se había tornado la pequeña utopía localizada en nuestro colorido vecindario: un régimen estaliniano tropical. Esa edición que alguna vez tuve se extravió entre viajes y mudanzas, pero celebro una nueva y muy agradable edición impresa en Venezuela por la editorial “El Estilete” (Agosto 2017), porque este es un libro que vista la historia de los últimos lustros en Venezuela, no nos debe resultar extraña y hasta puede darnos una visión para entender nuestra circunstancia, tomando en cuenta cómo nuestro destino como nación fue unido a la fuerza con el de otra nación (o más bien con un régimen político hoy en día decadente pero no por eso exento de fortaleza y técnicas perversas aprendidas del régimen soviético).



Aunque ya para el tiempo en que tuve oportunidad de leer el libro por primera vez, ya había evidencias incuestionables del tipo de gobierno que estaba instalado en La Habana (el juicio a Heberto Padilla, el del General Arnaldo Ochoa más los presos políticos son algunas de ellas), Fidel Castro y su revolución seguían creando debates y controversias más aun entre los intelectuales. Por un lado, teníamos a un García Márquez o un Julio Cortázar apasionados y más aún fascinados con la portentosa presencia y personalidad magnética de Fidel, y otro grupo de desencantados que observaban y presenciaban, entre los que estaba el mismo Edwards y Mario Vargas Llosa. Incluso, es bueno recordar que en 1989 un grupo de “intelectuales” venezolanos (la mayoría de ellos ahora reniegan tanto de la versión venezolana del Castrismo – el chavismo- como de su molesta y descarada injerencia en los asuntos venezolanos) firmaron un manifiesto bastante lisonjero y cursi de bienvenida a Fidel Castro, invitado por el entonces electo presidente Carlos Andrés Pérez-CAP- para la toma de posesión del cargo. Con el curso de los años, el mismo CAP se daría cuenta que traer a Castro fue un “beso de la muerte”.

Es imposible no establecer un paralelismo y ver coincidencias entre el proceso cubano y venezolano, aunque sus orígenes sean muy distintos. El primero en una lucha armada contra la dictadura de Fulgencio Batista. La segunda por medios democráticos, pero en medio de un gran descontento colectivo por una crisis económica que ya iba para su segunda década. Pero en ambos casos nos encontramos ante caudillos “esclarecidos”, “iluminados” pues son profundamente mesiánicos y destinados a guiar a su pueblo por una senda de felicidad, pero rodeada de los más encarnizados enemigos. En ese tránsito, todo el país queda sometido a la voluntad de un solo hombre.

La Revolución Cubana (1959) generó un gran entusiasmo entre los intelectuales de nuestros países, porque se veía en ella la posibilidad de instalar un socialismo con rostro humano adecuado a nuestra idiosincrasia, a pesar de la presencia de USA a escasos 150 Km, cuyos gobiernos, desde los inicios de esa Revolución, veían con desconfianza a los nuevos líderes de la isla. Mucho ocurrió entre el momento que nace la revolución y el año 1970, momento en que se toman las primeras medidas para restablecer las relaciones diplomáticas entre Chile y la Habana, con lo que Edwards tuvo mucho que ver.

Cuba ya sufría un embargo desde mediados de los años 1960, por decisión de la Organización de Estados Americanos. Pero en el año 1970 llega al poder Salvador Allende, quien era simpatizante del la Revolución. Una de sus primeras decisiones como Jefe de Estado fue la reapertura de la embajada para restablecer las relaciones diplomáticas entre ambas naciones, hecho de por sí importante para Cuba, por el aislamiento que sufría en el plano regional.

Persona Non Grata son las memorias de Edwards, como encargado de negocios nombrado por Salvador Allende para que realizar las gestiones necesarias para esa nueva etapa de las relaciones entre ambos países. El libro de Edwards comienza precisamente el momento en que viaja de México a La Habana con tal misión, y la primera sorpresa que se lleva es que los funcionarios de Aduana, tratándole con una fría cordialidad, desconocían por completo de su arribo para iniciar labores tan significativas para Cuba.

Aunque Edwards es un diplomático de carrera, su verdadera vocación es la de escritor. Al llegar a Cuba, sigue cultivando sus relaciones con sus colegas literarios. Pero ya muchos de estos tenían una oposición más crítica sobre la revolución (otros usaban la adulación y la delación para escalar posiciones), especialmente el poeta Heberto Padilla, quien, por ser una especie de celebridad nacional e internacional en ese entorno, se consideraba inmune a posibles retaliaciones del gobierno. El tiempo le demostraría lo contrario, aunque el “Caso Padilla” se convertiría en el punto de quiebre entre importantes intelectuales de izquierda del mundo y la Revolución Cubana, precisamente porque el mundo se da cuenta de sus ademanes autócratas cercanos al estalinismo, y en ese contexto nos dice Edwards:

No nos dimos cuenta de que en Cuba, bajo nuestras propias narices, se instauraba un sectarismo de otra especie, mucho menos cruento que el de Stalin, pero con más de una semejanza en los mecanismos esenciales. Y la primera de aquellas semejanzas era nuestra forma de comulgar con ruedas de carreta, aceptándolo todo para evitar a cualquier costo la ruptura y la exteriorización de la divergencia. (P. 63)

Edwards relata cómo, frente a las promesas que se le hacen de darle las facilidades para su misión, va encontrando cada vez más obstáculos para concretarla. Pero en medio de estas trabas burocráticas, Edwards va descubriendo la realidad de los pretendidos logros de la revolución y su verdadera naturaleza.

Un rasgo fundamental es que se trata de una variante más de los caudillismos mesiánicos que ya se han visto en nuestra región, pero con nuevos elementos derivados del fascismo y del estalinismo. Todo depende de la voluntad del caudillo, pero su visión esclarecida no es seguida por sus colaboradores. Sobre esto cuenta Edwards:

Alguien me observó hace poco que el problema de Cuba consiste en que todo debe resolverlo Fidel. Nada camina sin la intervención del Comandante. Él es un estadista excepcional, pero la isla estaría paralizada por la mediocridad de los cuadros intermedios. (P. 110)

El país completo queda entonces sometido a la voluntad de un solo hombre, que por lo general no acepta críticas de buena manera, y burócratas que solo quieren complacer al caudillo. Pero esta disfuncionalidad va creando nuevos problemas que no se terminan de resolver y se van creando otros nuevos que se acumulan con los existentes.

Junto con esto (o como consecuencia de), el régimen deja de confiar en las instituciones y su idea de gobernar es que todas ellas estén controladas y sean sumisas a la voluntad de uno y esto se transforma en algo natural para cualquier burócrata “Revolucionario”. Por ejemplo, en un pasaje del libro, ante las dificultades políticas (normales en una democracia) para Allende de nombrar al nuevo Embajador de Chile en Cuba, un funcionario lo reconviene así:
-      
    Y ustedes chico- me observó uno de ellos- ¿No pueden cerrar el Senado?- No hay duda de que la debilidad de nuestro Ejecutivo frente al Senado le parecía inadmisible, escandalosa. ¿Qué clase de revolución era esa? (p. 127)

En cuanto al tema económico para estas “Revoluciones” de corte marxistas-leninistas, terminan todas, sin excepción, creando un caos por la escasez y luego carencia, de cualquier producto, en especial los de primera necesidad. Relata Edwards:

“El otro elemento francamente negativo, y mucho más serio, puesto que reflejaba la dura realidad económica después de doce años de Revolución, fue el encuentro con la calle durante las salidas libres: escaparates y almacenes vacíos, largas colas en los cafés, deterioro maloliente de La Habana Vieja (p. 228)

(…) Lo evidente era que los marinos [del Escuela buque de Chile de visita en Cuba], que venían de un país que iniciaba el camino al socialismo, no se llevaban después de cinco días en Cuba una imagen del socialismo que pudiera seducirlos. Era una de las conclusiones indiscutibles de la visita.

El control social férreo es otro punto sobre el cual los fascismos (de izquierda y de derecha, sobre este punto se hermanan) buscan perfeccionar para eliminar cualquier traza de oposición y crítica al régimen.

Fidel no quiso mencionar expresamente a Stalin, pero sugirió con toda claridad, quizás para amedrentarme, y para amedrentar, por mediación mía a mis amigos cubanos, que la política cultural de la Revolución ingresaba en un período estalinista…”(p. 298)


Persona Non Grata, aunque escrita para dejar constancia de lo que ocurrió en un tiempo y una realidad concreta, es un documento concluyente sobre las realidades de estas revoluciones que llegan empuñando la bandera del futuro promisorio “después de la espontaneidad inocente de los primeros años, muerden el fruto pecaminoso que la serpiente de la historia les pone a la vuelta del camino… (p.312)” concluye Edwards.

Jesús López Cegarra

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